IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
Desbarra mi querido Alejandro
Sarmiento en su columna del DB del domingo 31 de diciembre cuando dice que arremetí contra Antonio
José Mencía por recordar al Cid literario. Y vuelve a hacerlo al afirmar que
califiqué al Mio Cid de
abracadabrante felón. Lo que recoge toda su columna no llega a media verdad.
Es, simplemente, falaz. Como lo es atribuirme intención de zaherir al Sr.
Mencía. Me confunde. Yo atiendo a los argumentos, no hago crítica ad hominem.
Mi texto, “Embudos vendo” (Diario de Burgos, 13/12/2017, también recogida en este blog), mostraba
cómo solemos ver la paja en el ojo ajeno cuando se trata de las manipulaciones
históricas del nacionalismo catalán, mientras sostenemos inmensas tragaderas de lo nuestro. Mencía no hablaba
exactamente del Cantar sino del Cid
que aprendió en EGB, que es cosa distinta. (Que de una columna que trata sobre
las mentiras nacionalistas, Sarmiento quede preocupado por el Cid de la
infancia de Mencía es un maravilloso ejemplo de los distintos planos de lectura
que un texto llega a tener).
La posición sostenida en
aquella columna por tan avezado director de medios era la de la nostalgia, algo
no exento de riesgos, especialmente cuando los datos de su recuerdo proceden de
programas elaborados por la dictadura. La responsabilidad que se ejerce cuando
uno opina en prensa obliga a revisar argumentos y bagajes para, desprejuiciado
de voluntades ajenas, poder emitir juicios lo más sólidos posibles. Así,
sostener la validez de la compra de una espada que le dicen Tizona —y no lo es—
por 1,6 millones de euros —600.000 de dinero de la Junta—, necesita más
argumentos que cierto tipo de nostalgia —el Ministerio de Cultura rechazó su
adquisición—. Todo el mundo tiene derecho a decir lo que quiera, pero hacerlo a
través de un medio de comunicación conlleva aceptar la posibilidad de la
réplica, por supuesto, argumentada. Escribir no es un arte al alcance de todos.
Ni muchas citas se vuelven razones, ni pobres sarcasmos horadan murallas.
Retomando el fondo, es obvio
que el Cantar del Mío Cid es una de
las grandes obras de la épica europea. Y también, que tales obras —como
Beowulf, Roldán, los Nibelungos, etc.— pertenecen al mundo de la ficción, y
como tales son apreciadas. Pero, supongo, todos sabemos distinguir lo literario
de lo histórico. De tales distinciones, de la costosa irrupción de la ciencia,
la humanidad ha ido construyendo su camino a la libertad. Y así, por ejemplo,
convenimos en que la biblia no explica científicamente el origen de la vida ni
el de las especies; o que las leyendas no son historia —aun cuando puedan tener
un interés histórico.
El aprecio a una obra
literaria no depende de una ideología, sino de formación y sensibilidad. (Qué
obviedad señalar que los exiliados españoles gustaban del Mio Cid). La manipulación de una leyenda con fines
propagandísticos ya es otra cosa. A Franco el Cantar del Mio Cid le importaba
una higa, no así el uso de la figura cidiana en beneficio propio. No es casual,
una vez más, que el caudillo inaugurara
la estatua del otro caudillo que, casualmente, se rebeló contra su rey…
Sarmiento pierde la
perspectiva de la polémica: la pretensión de Lacalle, verdadera alcaldada, de
que en el llamado Solar del Cid había históricamente
unas casas de propiedad del guerrero, lo que justificaría la pretensión de
tematizar Burgos como parque cidiano.
La literatura tiene difícil
asiento y corresponde al mundo de las emociones. No así la historia que, ante
todo, vive del rigor. El turismo tiene otros intereses —como el nacionalismo—.
Pero, digo yo, no será a costa de degradar o depreciar a nuestros
investigadores..., ¿verdad, querido gestor cultural?
(Podría citar a Mairena —para
lo del rábano—, pero yo creo que se entiende por sí solo…).
[Contesto aquí lo que debiera haberse recogido en otro lugar,
en paridad extensiva al ocasionador de esta respuesta]