21/3/18

LA NEGACIÓN

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 21/03/2018. Contraportada.

La condición humana moderna se basa antes en el individuo que en el grupo. Por fortuna. Llegar a esto ha costado ríos de sufrimiento y un larguísimo proceso, tanto que podemos remontarnos al propio origen de la especie.
Sin grupo no hay individuo(s), y viceversa. Es la interacción con otros lo que despierta y despereza definitivamente nuestro cerebro mediante la capacidad de transmisión y comprensión del lenguaje. Nos volvemos parladores y, así, pensadores.
El cerebro funciona mediante el establecimiento de relaciones —sinapsis— y el almacenamiento de información. Es el órgano del yo, de la personalidad, que, paradójicamente, ha de percibirse a sí mismo. Es decir, nuestro ser no es evidente. Y ahí empiezan no pocos conflictos. Parte de esos problemas y paradojas se arrastran por el efecto de la tradición del grupo —v. gr., el campo de los mitos y las creencias—, también por la particular configuración del lenguaje.
Los mitos religiosos se esforzaron en fijar el temor al desorden, el miedo al otro e inventaron principios espirituales para soslayar la muerte con algún tipo de eternidad.  Desaparecido el cuerpo, se alcanzaba el paraíso —lugar de imposible orden absoluto— en una suerte de devolución del ánima a su origen divino. El yo era el alma. O lo que es lo mismo, era un inauténtico yo, pues por mucho que se invocara un supuesto libre albedrío, el alma resultaba ser una suerte de préstamo surgido de la mente de Dios, finalmente, único Yo. En ese ámbito de la negación religiosa de la individuación iba implícito el rechazo de la sexualidad, uno de los principios del ser de todo sujeto. Asumido el sexo como algo externo al alma pura, a la propia razón divina, el ser humano lleva siglos luchando contra su natural instinto —hetero u homo—provocando así el ofuscamiento y la incomprensión de sí mismo, su negación, cuando no su trastorno.
Los simios bonobos —antiguamente llamados chimpancés pigmeos— practican permanentemente un sexo desprejuiciado y variado. El 75% de sus prácticas sexuales nada tienen que ver con la reproducción. Su sociedad, a diferencia de los chimpancés, gorilas, orangutanes y humanos, apenas muestra trazas de violencia y agresividad. Su jerarquía es de base matriarcal. Y tienen un sentido muy laxo de la territorialidad. De nacionalismo, ni hablamos. Tampoco creen en dios. Ni en cuaresmas…