DIARIO DE BURGOS, 07/03/2018. Contraportada.
En las sociedades antiguas, el peor crimen que
podía cometerse era el de parricidio. Atentar contra los mayores era ir contra
el núcleo de una sociedad, contra la identidad del grupo, el ser colectivo. El
respeto a los progenitores, en general, a los ancianos, es uno de los rasgos
sobresalientes de la condición humana, junto con la compasión y la solidaridad.
Los viejos podía ser fuente de conocimiento y experiencia, claro, pero ante
todo eran espejos de cada destino individual. Solo la solidaridad
intergeneracional puede dar cohesión a un grupo.
Las imágenes de los pensionistas ocupando calles y
plazas de este país de nuestros pesares, encogen el corazón y, espero, remueven
nuestras conciencias. Nos hemos convertido en una sociedad hostil y
maltratadora de sus ancianos. Sus quejas son inapelables: llevan toda una vida
trabajando, han sacado este país adelante —¡han soportado sobre sus hombros la
crisis!— y lo que ahora reciben es humillante, injusto y, sobre todo, insuficiente.
Hablamos de política, que nadie se engañe. El
falaz discurso que esto es pura economía no es sino artificio consciente y
descarnado. La economía no es nada: ni es ciencia ni es autónoma ni neutra ni,
sobre todo, justa. Todo contable sabe que las cuentas cuadran según se fijen
las prioridades y modalidades del gasto. Las pensiones son perfectamente
sostenibles… si el Gobierno quiere. Lo que está claro es que no se puede
sostener el gasto social sobre la base de la caprichosa reducción de impuestos,
el vaciamiento de competencias del Estado, las privatizaciones y la corrupción.
Nos han llamado tontos. Había que ser —decían—
modernos, neoliberales, apoyar el emprendimiento, ir con el mercado… Bueno,
pues ya hemos visto en qué ha dado la privatización de la sanidad, los
intereses creados de las externalizaciones… Todo a peor. ¿Y las pensiones?
¿Tienen que seguir ligadas a la basura de contratos que se han inventado ahora?
La mayoría de los países del norte europeo apoyan las pensiones con sus presupuestos
generales, desarrollan algún impuesto que equilibre ingresos o asumen todo
posible déficit. Esto es, anteponen el bienestar de los ciudadanos a otras
contabilidades o nichos de negocio.
Veo a Rajoy y oigo a Franco diciendo aquella
ignominia de “haga como yo, que no me meto en política”. Claro que es política.
Pura y dura. Y se apoya en nuestros votos.