18/4/18

LA MEDIOCRIDAD

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 18/04/2018. Contraportada.

Cifuentes, otrora mirlo blanco por una calculada ambigüedad personal e ideológica, es una mujer hecha a sí misma… Al menos en lo que tal expresión significa para tan precoz miembro del partido: buscó padrino a cuya sombra medrar. Lo consiguió en la Complutense. Aprendió que la universidad era un medio y no un fin. Y de aquellas lluvias, estos lodos.
Que los comienzos políticos de Cifuentes fueran de la mano de un personaje tan escurridizo como Gustavo Villapalos —y sus adjuntos— debe verse como premonitorio. Bajo el amparo del rector Villapalos (1987-1995), Cristina Cifuentes se convirtió en funcionaria de la universidad (1990) y directora de un colegio mayor (1995-1999). Villapalos (área de Historia del derecho y de las instituciones) daría luego el salto a la Comunidad de Madrid como Consejero de Educación (1995-2001), y con él fueron la camarilla que incluía a Cifuentes y a su marido. En 1996, por mandato de Ruiz-Gallardón, Villapalos creó la Universidad Rey Juan Carlos.
El caso Cifuentes no es solo un escándalo sobre las mentiras e indecencia de la presidenta de Madrid, es también una muestra del desprecio que determinados políticos tienen por el conocimiento y la cualificación real.  Detrás de las muchas falsificaciones curriculares que aparecen estos días se entrevé una casta política que no ha hecho otra cosa en su vida que chupar de lo público merced a sus relaciones de partido. Gentes sin experiencia profesional acreditada, habitualmente con expedientes universitarios arrastrados y lamentables, gobiernan autonomías y ayuntamientos, ocupan permanentemente altos puestos de la administración… Supongo que en algún rincón de su conciencia sentirán vergüenza e inseguridad de sus méritos académicos y esto los ha llevado a inflar sus currículos con supuestos títulos y diplomas que enmascaren su falta de idoneidad y formación. En sí mismo, esto ya es un tipo de corrupción que, además, supone una invitación a su ampliación, como mostró la burbuja de incompetentes al frente de las Cajas de Ahorro —en realidad, estos mismos—.
Todo el caso Cifuentes rezuma falsedad e indignidad. La Universidad Rey Juan Carlos deberá dirimir sus faltas e ilegalidades, pero eso no exculpa a la falsaria Cifuentes. Con cada nuevo paso en su huida, la presidenta amplía penosamente el número de mentiras.  
De fondo, la turbiedad sistémica creada al servicio de estos trepas y sus partidos, vendidos como jóvenes promesas de la política…




4/4/18

ATERRIZA

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 04/05/2018. Contraportada.

El mayor problema de una cierta izquierda —extrema— es su desajuste y desconexión de la realidad. No es que no conozcan la fealdad de la pobreza o su injusticia, es que no aceptan la heterogeneidad social. Pueden tener un cierto discurso analítico de las causas, pero actúan desde un fundamentalismo que les impide acordar, sumar, dialogar, esto es, hacer política. Niegan —o desconocen— el peso de los procesos históricos, el rampante analfabetismo funcional, el peso del tradicionalismo y las viejas lealtades políticas, la manipulación afectivo-religiosa… Puede que manejen nuevas sensibilidades y terminologías, que incluyan cierta mirada coral a los desequilibrios sociales —feminismo, minorías, transversalidad…—, pero, al final, su posesión de verdades absolutas les hacen despreciar el funcionamiento de organizaciones e instituciones, el valor de las normas. O tal vez no, y de ahí ciertas radicalizaciones extremas que suponen arrasar con todo para crear un mundo nuevo —esto es, un totalitarismo—.
La historia de la izquierda es apasionante por la cantidad de meandros, afluentes y corrientes que atesora. Cuanto más radical, cuanto más pura es la ideología, mayor el riesgo de mesianismos sangrientos, de cainismo e, inevitablemente, de desaparición.
Para la izquierda es sustancial el equilibrio entre la utopía y el análisis de la realidad, esto es, un tipo de pragmatismo que no debe ser confundido con posibilismo. La izquierda ha propugnado históricamente el cambio, la libertad y la igualdad, frente a la derechista defensa de los privilegios y la firme insolidaridad del judeocristianismo. El balance de su aportación a la humanidad tiene muchas luces, también sombras. Y el propio juicio sobre ello debe ser exigente, revisionista, honesto.
A la izquierda le saldrán caros muchos errores y ocasiones desperdiciadas estos últimos años: no haber impedido un gobierno de la derecha, haber dado alas irresponsables al independentismo, jugar al tacticismo, el lastre que supone llevar dentro a radicales incontrolables y desleales… Pero de todo se aprende.
Necesitamos compromiso e inteligencia, radicalidad en los principios sin mesías ni vanguardias del pueblo, sin ácratas indomables ni happy flowers desconectados de la realidad. La izquierda que se construya como proyecto transformador no puede asustar a sus propios votantes potenciales ni ser la anti-imagen de un movimiento leal. Debe sumar, sí, y es necesario, pero lo es aún más contar con núcleos firmes sobre los que pivotar una alternativa.