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ATERRIZA

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 04/05/2018. Contraportada.

El mayor problema de una cierta izquierda —extrema— es su desajuste y desconexión de la realidad. No es que no conozcan la fealdad de la pobreza o su injusticia, es que no aceptan la heterogeneidad social. Pueden tener un cierto discurso analítico de las causas, pero actúan desde un fundamentalismo que les impide acordar, sumar, dialogar, esto es, hacer política. Niegan —o desconocen— el peso de los procesos históricos, el rampante analfabetismo funcional, el peso del tradicionalismo y las viejas lealtades políticas, la manipulación afectivo-religiosa… Puede que manejen nuevas sensibilidades y terminologías, que incluyan cierta mirada coral a los desequilibrios sociales —feminismo, minorías, transversalidad…—, pero, al final, su posesión de verdades absolutas les hacen despreciar el funcionamiento de organizaciones e instituciones, el valor de las normas. O tal vez no, y de ahí ciertas radicalizaciones extremas que suponen arrasar con todo para crear un mundo nuevo —esto es, un totalitarismo—.
La historia de la izquierda es apasionante por la cantidad de meandros, afluentes y corrientes que atesora. Cuanto más radical, cuanto más pura es la ideología, mayor el riesgo de mesianismos sangrientos, de cainismo e, inevitablemente, de desaparición.
Para la izquierda es sustancial el equilibrio entre la utopía y el análisis de la realidad, esto es, un tipo de pragmatismo que no debe ser confundido con posibilismo. La izquierda ha propugnado históricamente el cambio, la libertad y la igualdad, frente a la derechista defensa de los privilegios y la firme insolidaridad del judeocristianismo. El balance de su aportación a la humanidad tiene muchas luces, también sombras. Y el propio juicio sobre ello debe ser exigente, revisionista, honesto.
A la izquierda le saldrán caros muchos errores y ocasiones desperdiciadas estos últimos años: no haber impedido un gobierno de la derecha, haber dado alas irresponsables al independentismo, jugar al tacticismo, el lastre que supone llevar dentro a radicales incontrolables y desleales… Pero de todo se aprende.
Necesitamos compromiso e inteligencia, radicalidad en los principios sin mesías ni vanguardias del pueblo, sin ácratas indomables ni happy flowers desconectados de la realidad. La izquierda que se construya como proyecto transformador no puede asustar a sus propios votantes potenciales ni ser la anti-imagen de un movimiento leal. Debe sumar, sí, y es necesario, pero lo es aún más contar con núcleos firmes sobre los que pivotar una alternativa.