DIARIO DE BURGOS, 16/05/2018. Contraportada.
En casa andamos
perplejos con todo lo de Cataluña. Hemos seguido con atención el procès con la doble mirada de un español
desprejuiciado y una puertorriqueña independentista que sabe lo que es
realmente vivir en un sistema colonial —de EE.UU.—, bajo leyes constrictoras y
económicamente intervenido. ¡Y con 5 referendos sobre su estatus! Pues bien, conscientes
de la malhadada gestión de Rajoy del asunto catalán, las decisiones de la
Generalitat y el Parlament nos han provocado todas las emociones posibles:
sorpresa, incredulidad, dudas, indignación, bochorno, hartazgo, vergüenza…
Ahora, con lo de Torra estamos en un pasmo muy grande.
Al conocerse
públicamente los escritos racistas y supremacistas del President, todo el mundo
se pregunta cómo el dueño de tales ideas se encuentra al frente de una
institución contemporánea europea. Item más, ¿cómo es posible que personas que
conocían a este buen Torra le describieran como un hombre culto?
Quim Torra ha
llegado ahí, —como el propio procès
bajo el impulso dado por la extinta CDC ahora PdCat—, por lo que subyace en el
ultranacionalismo de estas clases acomodadas catalanas: una convicción
supremacista que, tomando expresiones trasnochadas del siglo XIX, creen
encontrar razones a su xenofobia en supuestas bases biológicas que, de paso,
esconden su profundo clasismo e insolidaridad. Lo afirmó Artur Más: “somos más
germánicos que romanos”, al explicar que la marca carolingia habría dotado a
los catalanes de un ADN no mediterráneo. Salvador Cardús: “la corrupción en
Cataluña es consecuencia de su españolización en las últimas décadas”. O el
flamante president Torra refiriéndose a los castellanohablantes: “bestias con
forma humana”.
¿Cómo se ha
llegado a esto? Pues acumulando odio, estupidez, cerrazón y egoísmo. Un camino
por el que se han aupado a casi todos los fanáticos y por el que han discurrido
la mayor parte de los horrores de la historia reciente. Por ahí corren,
igualmente, Marie Le Pen, Berlusconi, Viktor Orbán, Nigel Farage, Geert Wilders,
Norbert Hofer, Donald Trump…
En cuanto a la
cultura de tan acomodadas burguesías, que nadie se confunda, no es una
formación intelectual para la mejora de la sociedad, sino una barrera
artificial más con la que marcar su distingo
y distancia cultural. Aún a riesgo de decir santas barbaridades.
Lo increíble
es constatar cómo lo irracional y absurdo parecen normalizarse frente a todo
sentido común.