DIARIO DE BURGOS, 13/06/2018. Contraportada.
La crisis del buque Aquarius deja en evidencia la
miseria moral colectiva y particular que nos rodea. No se trata de las
indignantes declaraciones del infame ministro del interior italiano, son
también las de quienes advierten del
“efecto llamada” de la acogida de estas 629 personas, como está haciendo el PP
nacional, partido democratacristiano que acusa al gobierno de utilizar esta
crisis “con fines propagandísticos”. ¡Qué asco!
No cabe duda de que para los defenestrados del
gobierno, cualquier estrategia es válida para tratar de desacreditar la oleada
de ilusión despertada por el ejecutivo de Sánchez, como muestran los vuelcos de
las encuestas electorales. Sin embargo, el error del PP se acrecienta. Tratar
de mezclar la bazofia y mentiras cocinadas en Génova para contrarrestar y
degradar la emoción ciudadana —que si el gobierno es ilegítimo, o Frankenstein,
o cualquier otra necedad— con política humanitaria es algo tan degradante y
manipulador como lo que hace el ministro de extrema derecha italiano, Matteo
Salvini.
El inusitado éxito de la moción de censura y el
consiguiente cambio de gobierno proceden del hartazgo ante ese pretendido todo vale que ha regido la acción del
partido popular. Surge de la necesidad de decir ¡basta ya! a la corrupción y su
blanqueamiento, a la falta de compromisos éticos y al abandono de los
ciudadanos en condiciones cada vez más precarias.
Es absurdo pensar que el presidente Sánchez quiere
hacer propaganda con la crisis del Aquarius. Lo que al parecer busca es hacer
política, la que demanda la población española que en su momento inundó los
ayuntamientos y balcones con aquel Welcome
Refugees.
Estamos ante la resaca moral de una crisis
económica que con su oleada de conservadurismo y populismo de derechas han
desarbolado parte del sentido ético colectivo. ¿Qué entendemos hoy por ser
europeo? ¿Qué valores representan a nuestras sociedades? Item más, ¿qué
entendemos por ser personas?
629 desgraciados que huyen de una miseria
insufrible, de una brutal violencia y de la explotación más ignominiosa solo
pueden merecer nuestra solidaridad y apoyo. Volvamos a ser una sociedad que se
atreve a mirarse al espejo, que se respeta porque ejerce y defiende derechos. Y, confío, capaz de mostrarse tan coherente
como para quitar las inhumanas concertinas de Ceuta y Melilla.