DIARIO DE BURGOS, 09/12/2025. Página 5.
Aquella
exclamación valía para despachar las denuncias internacionales sobre los
presos, las condenas a muerte ―incluido el Papa―, las persecuciones del
Tribunal del Orden Público, pero también cuando Camilo Sesto se desgañitaba con
Jesucristo Superestar llenando teatros; con los guateques de los jóvenes degenerados
que, además de melenudos, bailaban música extranjera y bebían combinados
alcohólicos; también cuando cerraban una librería y multaban al dueño por
vender libros prohibidos; cuando los movimientos vecinales reclamaban asfaltado
de calles o agua corriente para las casas; cuando los universitarios salían a
las calles para pedir la liberación de los presos políticos y democratización
de la universidad y del país; cuando detenían a peligrosísimos currelas por
organizar un sindicato y pedir mejores condiciones laborales, o se ponían los
trabajadores en huelga; cuando veían a una muchacha con minifalda, o se
verbalizaba el secreto de los viajes a Londres para abortar; cuando se
organizaban conciertos con cantautores que hablaban de cosas inquietantes como
libertad, solidaridad o amor (también del físico, claro); cuando caía una
célula de opositores, que si eran de izquierdas eran demonios soviéticos, si de
derechas, contubernio de Múnich…
En fin, el
“¡para esto…!” era algo tan cotidiano y frecuente como la amargura de los
fascistas, y así acabó convirtiéndose en frase coloquial, en chascarrillo al
que se acudía para ironizar y distanciarse de aquella carcundia intolerante, de
su asfixiante autoritarismo. Contra la dictadura se luchó en las calles y se
combatió con resistencia pasiva e imaginativa en la cotidianidad. Aquel régimen
―por más que quieran convencernos de lo contrario, meme mediante, ¡meme!― fue
un tiempo de hipocresía y desolación.
¡Para superar
tanta infelicidad hemos construido esta democracia! ¡Y una gran constitución!
