22/7/25

DERRIBOS PP

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 22/07/2025. Página 5. 

 Había un país que sufría, que se jodía y sacrificaba, un país abrazado al sueño roto del desarrollismo, que había vivido una ilusión de esplendor. A esa gente cándida, socializada en la credulidad hacia sus gobernantes e ignorante de la economía, se le hizo asumir rigurosas falsedades del capitalismo: que la derecha gestiona mejor porque son empresarios cuasi por naturaleza ─a pesar de que las empresas suelen ser el epítome de la inequidad social─; y otra, que el Estado funciona como una sociedad limitada, inexactitud que supone la desarticulación de cualquier atisbo de interpelación humanitaria y hasta humanística.

La crisis que estalló en 2011, recordemos, supuso una recesión feroz:  aumentó brutalmente el desempleo ─más del 25 %─ y la precariedad laboral; los jóvenes más preparados tuvieron que emigrar en masa; el Gobierno redujo sueldos y anuló pagas disminuyendo gravemente los ingresos familiares; desaparecieron derechos asistenciales, como la atención sanitaria universal, que abandonó a los más desfavorecidos y puso en riesgo la salud general al reaparecer enfermedades erradicadas; subieron los suicidios y las depresiones; se disparó la deuda pública... El país andaba como pollo sin cabeza, pero la culpa, decía el gobierno Rajoy, el de los gestores, era que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.

Lo que ignoraba aquel electorado agarrado a un clavo ardiendo, era que esta tercera derecha en el poder les estaba vendiendo con grave desprecio de su sufrimiento. Si resultó sospechosa la gestión del rescate bancario y sus putrefactas fusiones, puro saqueo de las arcas del Estado ─¿cuánto pagaron los bancos?─, ahora sabemos que el superministro de Hacienda, Cristóbal Montoro Ramírez, montó un superchiringuito paralelo al Gobierno para legislar ad hoc para los superamigos, las grandes empresas. Se superforró con su cúpula ministerial mientras empobrecía al país. La supergestión conservadora: fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Un Equipo Económico de supercorrupción.

Toda corruptela desde y sobre lo gubernamental es criminal y cruel, pues acaba afectando a quienes más precisan del amparo del Estado. Esto rige para el caso Koldo, y aún más para este inusitado y clasista complot milmillonario del Partido Popular.

Unir la información sobre clan Montoro con los efectos de la irresponsable oposición que viene haciendo el PP, degradando una y otra vez la democracia y sus instituciones, lleva a juegos de suma cero para los populares. Y así, ¿quiénes recogerán el hartazgo y asqueamiento de la población?



8/7/25

LA IDENTIDAD (Y EL TORO)

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 08/07/2025. Página 5.  

Cuando Pamplona se pone en fiesta, toda España siente el gusanillo. Los sanfermines han alcanzado categoría de símbolo, elemento movilizador, referencial de todo el país como fiesta multitudinaria, callejera, desinhibida y taurina.

Todo gran festejo genera, además de excitación y deseos de jolgorio, expectativas comunitarias. El festivo es un tiempo de reconciliación y sutura, un momento que suspende todas las tensiones y malos rollos entre íntimos, próximos y vecinos, entre grupos y banderías. Con las mesas a rebosar, nadie puede faltar a la comida familiar y a los actos que expresan pertenencia y referencialidad. Para el autóctono, todo lo que moviliza la fiesta acaba siendo identidad, reconocimiento y reencuentro ─de uno con el resto, también consigo mismo─. Un tiempo de echar al olvido las penas y de aceptación, de amnistía.

San Fermín se caracteriza por sus encierros, que han alcanzado categoría mundial a través de la literatura y el cine. Su fama es tal que la fiesta desborda cualquier cálculo posible para recibir a turistas de medio mundo en busca del exotismo ibérico, que inevitablemente tiene que ver con los toros. Encierros que se viven como epopeya antigua fuera del tiempo; encierros destinados, recordemos, a la lidia en la plaza.

Lo taurino forma parte de una raíz indiscutible de nuestra tradición popular, y aunque, lógicamente, la sociedad ha cambiado y con ella la sensibilidad hacia el sufrimiento animal, la relación con el toro es intensa, compleja y llena de emociones. La tauromaquia expresa una singular comunión con lo salvaje, la muerte, la fiesta y el arte. La vida. Es, desde luego, una expresión comunitaria, ya como práctica participativa, ya como contemplación.  Sin embargo, la tauromaquia sufre la peor de las pestes: su conversión en bandera por parte de los nacionalistas más excluyentes y ultras ─unos para su afirmación, la derecha españolista; otros para su denuesto, los también incoherentes nacionalistas periféricos─. La utilización y secuestro del toro como signo de afirmación política supone un inmenso riesgo para su pervivencia. Enajenar lo taurino de su acervo popular, de su valor colectivo ─la comunidad por encima de las ideologías─ para fachalizarlo, acaba matando su sentir y tradición. Convendrá revisar alguna práctica y reducir violencias extremas, pero correr los toros, lidiar los toros, tiene que ver tanto con las identidades más íntimas como con las socialmente más transversales. Convertirlo en bandera privativa, en ideología de pulserita, contribuye a su extinción.