DIARIO DE BURGOS, 23/12/2025. Página 5.
La Navidad es solo
un mito que enmascara la exaltación del consumismo, nuestro particular potlatch.
No queda ni la falsa conciencia de aquella dictadura que proclamaba siente
un pobre a su mesa. Hoy: que le den por culo al pobre. La pascua
cristiana de 2025 empezó en Badalona con el desalojo y criminalización de los
emigrantes. Para Albiol, como para nuestro arzobispo, los pobres son del
Gobierno.
La macho-política
empieza a amanecer, con su camisa nueva, después de años de bordado de los tecnobros,
esos genios de nula empatía social que han vuelto nuestras vidas prolongaciones
de sus terminales y diseños: no es que lo sepan todo de nosotros, es que nos
dicen qué ser, qué pensar, qué consumir, qué votar… Nuestras sociedades son el
juguete de sus algoritmos, de su IA. Otra vez, la utopía se volvió monstruo. El
transhumanismo y otras mierdas son la evidencia del desbarre mundial. La leve
alternativa vuelve a las proclamas luditas: o las máquinas o nosotros (con
sentimientos).
Se acaba el
año y con él la esperanza en recuperar el concepto Humanidad. El exterminio de
Gaza es la evidencia del arrasamiento moral de Occidente. Hemos contemplado en
directo (seguimos haciéndolo) el genocidio de un pueblo, de familias humildes,
con sus vidas empobrecidas, aniquiladas por racismo, por cumplir la promesa de
no sé qué dios antiguo y cuatrero, porque quieren hacer un Benidorm, porque no
son como nosotros… Hemos despreciado el valor de cada persona y cada
historia, hemos banalizado cualquier sentido de dignidad, del derecho a vivir
en su tierra, con sus derechos (¡Derechos Humanos!), con sus costumbres y
prácticas. Mercenarios del amor, que
diría Sánchez (Marta), ridiculizan y critican a quienes protestan y denuncian
vueltas ciclistas, eurofestivales o empresas sustentadoras del Estado genocida
de Israel. Ninguno de esos vejadores colaboracionistas se echa las manos a la
cabeza con que nuestros jóvenes se apunten en masa a la extrema derecha, porque
ese es el propósito.
En Gaza ha
muerto nuestra dignidad y, si alguna vez la tuvo, la autenticidad de la
Navidad.

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