DIARIO DE BURGOS, 06/09/2017. Contraportada.
La reciente
boda del diputado Alberto Garzón —un acto privado merecedor de todo el respeto—
ha servido para constatar la cantidad de maldad, estupidez e ignorancia que
cierta (¿ultra?)derecha atesora. También que, como muy bien sabe Trump, las
redes sociales pueden ser el perfecto altavoz de los imbéciles.
Los
comentarios surgidos en las RRSS podrían no merecer mayor atención si no
escondieran algo más grave. El irrespeto y mentira sobre la celebración del Sr.
Garzón, tildándolo de derrochador por atreverse a hacer un banquete, o de
incoherente por comprometerse matrimonialmente, ¡él, un comunista!, constatan
cuán vigentes están los estereotipos creados por la propaganda franquista sobre
la izquierda. Siguen siendo unos comeniños amorales, antisociales y
antinacionales.
Casi a la vez
que tales desmedros sucedían —con medios de comunicación dando pábulo a sus
mendacidades—, en Chile, el embajador de España, Carlos Robles Fraga, censuraba
un acto en memoria del exilio que conmemoraba la llegada, en 1939, del buque
Winnipeg, fletado por Pablo Neruda. En el cementerio de Madrid las tumbas de
los brigadistas internacionales aparecieron llenas de pintadas con esvásticas y
símbolos antisemitas. En Navarra, el monumento a las víctimas de la Guerra
Civil de Otsoportillo, aparecía profanado con pintadas falangistas y la
advertencia de que en las fosas “aún hay sitio para más”. La Fundación Franco, continuaba
intoxicando con sus conocidas tergiversaciones históricas mientras ha estado
todo el verano gestionando las visitas al pazo de Meirás. Un reputado arqueólogo
fue expulsado de Cuelgamuros por denunciar que se incumple la ley y se
homenajea al dictador en la basílica…
Son muchas las
muestras de franquismo que se asoman a nuestra cotidianidad —véanse, esas
injustificables resistencias a la aplicación de la ley de memoria histórica—.
Son mucho más que microfascismos de viejete, son gangrenas democráticas que
debilitan nuestra convivencia y sistema, que dan argumentos a los enemigos de
la libertad y, por supuesto, de la Constitución.
Desfranquistizar
España supone avanzar en la justicia y en la calidad de nuestra convivencia,
romper con los lastres de la intolerancia y la corrupción. Que un hombre, por
lo demás, presumiblemente honesto, se case y lo celebre, no debe ser objeto de
difamación y vilipendio. Que tal cosa suceda no es sino la prueba de cuan presente
está la maldita herencia de la dictadura.
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