Con profunda vergüenza como hombre he seguido el
juicio a esa tropa de imbéciles, patanes, infantiloides, simples y primarios —así
los han definido sus propios abogados— que configuran la manada. Un grupo de hombres de 26/29
años, que podrían pasar por gente de
orden —hay entre ellos un militar y un guardia civil— cuyo divertimento es,
al parecer, la violación en grupo.
Lamentablemente esta manada es un reflejo de nuestro país: un
ámbito desolado en lo que a educación y respeto se refiere; y una magnífica
muestra de lo que es la violencia machista. Estos hombres y sus abogados han
tratado de convencer al tribunal y a la opinión pública de la licitud de su
comportamiento, de lo normal que resulta salir a follar en grupo 5 tasugos. Son
inocentes injustamente acusados: ¿cómo iba a sentirse intimidada una muchacha
de 18 años por esta manada de verracos casi treintañeros, varios con
entrenamiento militar, que dicen usar burundanga y están acusados de otra
violación en un pueblo de Córdoba?
Hemos vivido con indignación el intento de culpabilizar a la joven
por sus movimientos, su ropa, la forma de sentarse, sus gestos durante la
violación. Se la ha denigrado por comportarse después con toda la normalidad
que le era posible, evidencia, decían,
de su ausencia de trauma. En realidad, ella ha sido la juzgada mientras los muchachos han tratado de invocar la
solidaridad masculina y hasta paterna —son unos buenos chicos, buenos hijos…—.
Todos deberíamos sentirnos concernidos por este juicio que, como
sociedad, nos enfrenta a nuestras fealdades, al atavismo machista vigente entre
nosotros que sigue concibiendo la violencia contra las mujeres como un asunto
doméstico o interno y no de todos. A perdonar estos calentones de unos mozos.
Esto en un país que se cargó, recordémoslo, la educación para la ciudadanía. Lejos
de asumir estas carencias, se prefiere invertir en adocenamiento televisivo por
la vía de programas basura que enaltecen comportamientos injustificables de
inmaduros irresponsables…
Y entre tanto, las mujeres muriendo, pasando miedo, sabiéndose
juzgadas por los centímetros de ropa que acortan o alargan, víctimas culpables
de su propia suerte.
Todo lo de la manada es asqueroso, injustificable, machista y
criminal. Sin ambages. Pero aquí se está juzgando más que a unos imbéciles. Se
nos juzga a todos.