DIARIO DE BURGOS, 01/11/2017. Contraportada.
Sabía que mi padre iba a morir. No lo digo en plan
“todos hemos de morir”, sino que la muerte le estaba poseyendo sin pausa ni
clemencia, devorándole.
Él también lo sabía. Lo sabía incluso antes de aceptarlo, cuando creía
que esquivaba a la Parca con sus mañas de trilero, con planes de viajes
imposibles, con compras desaforadas para la siguiente temporada, robando a los
médicos alientos infantiles... Intuyo que estaba aterrorizado, aunque
externamente solo lo demostrara con su habitual mala hostia. Mi padre se había
guiado toda su vida por la máxima de si lo niego, no existe.
Un día, ya en el hospital, lloró desconsoladamente
de la mano de mi hermana. Fue un llanto mudo, de miradas sobreentendidas,
desfondado, lúcido. Luego todo fue consunción y retorno a sus recovecos
internos, volviendo a aquel cuarto oscuro de su infancia desde el que llamaba a
sus hermanas con la reiteración nocturna del niño que no quiere estar solo.
Murió mi padre y se jodió todo. Envejecí y asumí la
farsa de la vida. Se acabó mi larga infancia, esa que uno puede retener
mientras pueda decir “papá”. Desapareció el posibilismo, el conjugar planes
para más tarde. Todo se volvía presente, consciencia, desazón. Ya nadie velaba por
mí, no había centinela, contrario, ni discusión…
Dos días después de su entierro volví al
cementerio. Necesitaba sacudirme las congojas y cortesías ajenas, volver a mi
pérdida. Supongo que también buscaba un imposible: sentirle. Necesitaba a mi
padre y solo podía visitar aquella lápida dura que aún no recogía su nombre.
Me acerqué con temor. Creo que en mi fuero interno
desesperaba por un signo, no sé, un golpe, una prueba de que no se había ido
del todo. Pero no. Solo el silencio frío del mármol. Mi padre había muerto y
estaba solo. Fue la constatación de la nada, del se acabó.
Seguramente volveré al cementerio y recorreré la
ruta que él solía hacer. Iré con mis hijos y mis recuerdos sabiendo de la
inutilidad del acto, salvo para fijar en mis vástagos la idea de nuestro leve
paso. Y que aún estoy con ellos, que los velo y protejo… (Aunque ya nadie lo haga
por mí).