DIARIO DE BURGOS, 09/01/2024. Página 5.
Llamar a las
cosas por su nombre me ha producido no pocas incomprensiones a lo largo de mi
vida. Nunca busqué ser hosco ni borde, pero sí claro, incluso exacto. Siempre
me molestaron las medias tintas, los caraduras, el tente-mientras-cobro, los
que no se mojan por si acaso, los oportunistas… Mi padre siempre decía “nadie
te va a preguntar cuánto tiempo has empleado en hacerlo, solo si está bien o
mal hecho”.
Durante muchos
años he desempeñado cargos ejecutivos que me han permitido participar en los
órganos de gobierno de la Universidad, verdaderamente, un privilegio. Lo he
hecho desde la entrega máxima, desde la completa lealtad institucional, muchas
veces en perjuicio de mis propios intereses ─jamás he sido un lameculos─.
Generacionalmente, yo venía de la Transición, había conocido la sordidez
viejuna, el cutre nacionalcatolicismo, el conservadurismo atroz que expulsaba a
los jóvenes… Sabía que tener una Universidad era una oportunidad de oro para
romper con lo peor de un pasado cainita y construir un mejor futuro, una
sociedad más abierta, generosa, comprometida... Creo que el único que me
entendía era el bueno de Fede Sanz.
Los intentos,
nunca menores, de copar la Universidad, de conseguir rectores ideológicamente
afines, de domeñarla y hacerla una institución decimonónica, ortodoxa, me
parecían la gran traición, la trampa con la que acabar con los sueños de
renovación y cambio. Lo último que necesita Burgos es, justamente, la
alineación institucional al servicio de intereses espurios. La Universidad, la
Pública, la que investiga e invierte en resultados exigentes, auténticos y
contrastados, la que obliga a los estudiantes al trabajo real, riguroso y
severo por encima de cualquier otra consideración happyflower, es la que
impulsa bases sólidas para el conjunto de la sociedad. Por eso también me duele
cuando dentro de la propia Institución se ignora, malbarata y prejuzga toda la
labor, investigación y compromiso humanístico. Porque lo que las Humanidades
producen tienen un alto grado de intangibilidad, de incontabilidad, y ahí entra
todo lo que, cuando es auténtico y esforzado, reconocemos como lo que nos hace
vibrar, conmovernos, solidarizarnos, comprometernos.
Empezamos el
2024 y deseo de todo corazón que desaparezcan los meapilas, los vendehúmos y
salvapatrias, los que confunden cultura con hostelería, los que nos dicen que
solo el pasado fue mejor. Y los que creen en la investigación deshumanizada y
sometida a incontables procesos de calidad. ¡Salud!
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