DIARIO DE BURGOS, 23/01/2024. Página 5.
Pocas cosas hay más sentidas que los colores de
un equipo o la admiración por un atleta sobresaliente. En torno al deporte
hemos creado una ficción de positividad, de valores y principios que, como el
misterio de los Reyes Magos, fingimos creer, aunque cada vez cuesta más.
Muchos sociólogos han analizado el deporte
como una forma de reconducir la agresividad y violencia ─no de suprimirlas─, y
describen los espacios deportivos como ámbitos de hondo sexismo. Estas aristas
no empecen para que, a su vez, el deporte sea, sobre todo, un reducto de
identidad.
Suele decirse que los colores del club están
por encima de ideologías políticas, lo que, cuando menos, es una verdad a
medias. Hay clubes que son auténticas sucursales nacionalistas, ya sean
centralistas o periféricas, con toneladas de carga ideológica. Hitler vendió su
supremacismo ario en las olimpiadas de 1936; Franco enmascaró el ostracismo del
régimen con su Real Madrid; la criminal Junta militar argentina de
Videla trató de blanquearse con el mundial de fútbol de 1978. También hay casos
admirables, como el uso del mundial de rugby de 1995 para la reconciliación
nacional en Sudáfrica. Y hay grandes gestas y gestos, Jesse Owens en Berlín 36,
los atletas negros norteamericanos levantando el puño en las olimpiadas de
México 68, o quienes hincaron la rodilla en sus estadios con el black lives
matter.
El deporte sí es política. Es inevitable. Así
lo entendió Argentina cuando venció a Inglaterra en el mundial de México de
1986, vivido como revancha por la derrota de Las Malvinas. ¿Qué fueron sino
política los boicots a las olimpiadas de 1980 y 1984?
Pero seguimos pensando que el deporte son
valores, inspiración, superación, identidad. Por eso, ver a Rafael Nadal
convertido en embajador deportivo de Arabia Saudí, es una puñalada en todo el
corazón. Porque no es que vaya a jugar allí esas tristes pero millonarias
ligas, cada vez más denostadas, es que es “embajador”.
La pasta manda y los valores se encogen hasta
desaparecer. Lo de Nadal no es peor que la sinvergüenzada de la supercopa,
jugada en Arabia Saudí, o quienes visten la camiseta nacional teniendo su
residencia fiscal fuera de España.
Pero como es deporte, no quiero olvidar los
valores de Arabia: sus torturas, asesinatos, explotación, machismo brutal,
racismo y clasismo, fundamentalismo religioso, amén de ser grandes
perjudicadores del medio ambiente, del nacional y del internacional. Un
asco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario