DIARIO DE BURGOS, 5 DE MARZO DE 2024. Página 5.
En estos días
hemos conocido cómo el mundo ultra se manifiesta con plena desvergüenza a
través de tertulias de sacerdotes fanatizados en youtube, cómo Santiago
Abascal profiere en EE.UU. exabruptos contra la Universidad de Salamanca ─y las
de Bolonia y Harvard─, o del protagónico papel de la Iglesia en el asentamiento
y difusión del bulo de ETA en los atentados del 11-M. No son casualidades, todo
forma parte del mismo plan.
La
ultraderecha se asienta sobre un principio básico: la realidad ha de acomodarse
a sus creencias. Lo suyo es pura antimodernidad: contrarios a la observación
científica del entorno social y natural, al desarrollo del pensamiento
ilustrado y crítico, a la superación de los dogmas religiosos, a la separación
Iglesia-Estado, a los principios liberales pro derechos individuales. Los
ultras quieren orden, control y seguridad, tres imposibles vitales que solo
pueden conseguirse por la vía violenta, la imposición, la manipulación y la
intolerancia.
El desparpajo
de los curas contrarrevolucionarios provoca sonrojo. Las barbaridades
que dicen entre risas ─el deseo de muerte del papa, la exaltación de Franco…,
son solo dos perlas─ muestran su deseo de alcanzar una sociedad
fundamentalista. Evidentemente, esto tiene que ver con una clarísima involución
dentro de la Iglesia, a la que los especialistas atribuyen de manera directa e
indirecta un destacado papel en el surgimiento de la ultraderecha política en
España.
La revelación
─en el extraordinario especial sobre el 11-M de El País, en su 20
aniversario─ de una breve conversación telefónica entre el entonces alcalde de
Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y el presidente de la Conferencia Episcopal,
Antonio M. Rouco Varela, resulta tan reveladora como estremecedora: la absoluta
connivencia de la cúpula eclesial con la formulación del gran bulo, la inmensa
mentira de que ETA estaba tras los atentados de los trenes de 2004. El Mundo
de Pedro J. y la Cope de Jiménez Losantos construyeron un universo de
mentiras, falsedades y manipulaciones adelantándose a las famosas fakenews.
Allí se testó el poder de la mentira y la demostración de que feligresía,
lectores y oyentes de derechas iban a seguirles ciegamente en su deriva
antidemocrática y antiliberal. Las víctimas, la verdad, el respeto a las
instituciones…, todo fue pasto de estos patriotas. Después llegó Vox.
Hoy seguimos al borde del precipicio.
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