DIARIO DE BURGOS, 25/06/2024. Página 5.
Desde hace algunos decenios, tanto la Iglesia como el mundo político conservador se han entregado a una radicalización sin control que han creído necesaria para enfrentar una posmodernidad que se les volvía incomprensible e inhóspita. Como resultado, la Iglesia ha entregado los seminarios y centros de formación a corrientes fanatizadas, movimientos, organizaciones y prelaturas con claros comportamientos sectarios, que han acabado configurando un mundo alternativo, exaltado y dogmático. Esos bloques de choque han, finalmente, conquistado los lenguajes y medios de esa posmodernidad hostil, las redes sociales. En su actuar proselitista, se presentan como opciones de fundamentación carismática ─desintelectualizadas─, que reclaman en unos casos una vuelta a un tipo de misticismo naif, en otros un retorno al barroquismo preconciliar. El efecto final de todo ello es la negación de la Iglesia contemporánea en lo que tenga de ejercicio conciliatorio con el mundo, con la negociación exasperante con los pobres, con la asunción de la pederastia, con la realidad necesitada de transacción y tolerancia. Quieren un fundamentalismo guerrero. En unos casos con rock cristiano, en otros con ropajes decimonónicos. Pero belicista. Su reacción, finalmente, no es solo contra el mundo, sino contra la propia Institución. Desde su fachosfera, estos santos soldados penetran hasta en las clausuras más remotas pidiendo acabar a cañonazos y con piras de fuego con todo aquel que se muestre débil, progre, conciliador… Belorado.
La derecha
europea, rama laica, que no autónoma, de lo arriba expresado, se ha apuntado a
la misma cruzada. Si en EE.UU. el Tea Party supuso el comienzo de la voladura
del partido Republicano, que acabó por rematar Donald Trump, los conservadores
europeos están aplicándose el mismo harakiri al aceptar como socios a la
extrema derecha. La necia actitud comprensiva, de naturalización de la ultraderecha
─Le Pen, Meloni, etc.─ está reduciendo a cenizas al conservadurismo otrora
moderado e institucionalista, que no tiene ni las herramientas ni el lenguaje
para hacerse con los rebaños de internautas y blogosféricos, esas masas de lerdos
infotoxicados, prontos a la alteración y activación emocional por medio de
videos de tik-tok. La terrible deslealtad de Isabel Díaz Ayuso hacia su líder y
partido con el encumbramiento del sociópata y antidemocrático Javier Milei es
clamorosa. En esta huida ególatra e irresponsable de la iliberal Ayuso, se está
fraguando la voladura del PP. Si en Génova no ven el cisma, más que ciegos,
están perdidos.
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