IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
Texto leído en el Teatro Clunia de Burgos, el 20/09/2017, en el Homenaje y presentación de resultados de las exhumaciones en Estépar.
1. Estépar, símbolo del horror.
Todas las ciudades y pueblos de España tienen una geografía del horror
relacionada con la guerra civil de 1936, lugares de muerte y terror cuyos
nombres condensan todo el sentido de inhumanidad, crueldad… y vergüenza
histórica. En estos espacios, a pesar de las décadas transcurridas y del
esfuerzo negacionista de la dictadura, parecen seguir escuchándose los últimos
ecos de las detenciones y torturas, de los paseos vejatorios, del motor de los
camiones asesinos, de las descargas de fusilería…
Estépar, como La Brújula, La Pedraja, Villamayor de los Montes… forman
parte de la macabra lista de espacios vinculados al exterminio en Burgos. Un
exterminio que, como sabemos hoy gracias al desarrollo de tantos estudios de
ámbito local a lo largo y ancho de toda España, estaba diseñado con toda
frialdad y voluntad.
La sublevación del 17 y 18 de julio de 1936 tuvo por objetivo inmediato acabar
con los contrarios ideológicos, con todos aquellos que, desde el
conservadurismo y clasismo más intolerante, desde el militarismo y fascismo, desde
la Iglesia más integrista, eran vistos como una amenaza a sus privilegios y
formas de vida. El frustrado golpe de Estado cumplió a rajatabla las
directrices secretas del general Mola: la eliminación de todos los que habían
mostrado militancia, compromiso o simpatía con ideologías de izquierdas, tanto
a nivel político como sindical. Esos son quienes fueron inmediatamente
detenidos en todos los pueblos y ciudades, torturados, paseados y sacados,
asesinados, siempre bajo la meticulosa autoridad militar, especialmente,
durante el terrible verano de 1936. La elección de aquellas personas no fue
casual, ni se debió a rencillas entre vecinos. Fue una auténtica limpieza ideológica.
A poco que se analicen los datos, encontramos una perfecta organización
logística de tipo militar que ha calculado sobre el mapa la distancia y tiempo
necesarios para salir de madrugada del penal con las camionetas cargadas de
personas, llegar hasta lugares relativamente remotos y escondidos, asesinar y
enterrar a quienes llevaban presos, y volver a la ciudad antes de que
amaneciera. Estépar, La Brújula, La Pedraja, Villamayor de los Montes… todos
ellos se encuentran situados en un radio de +/- 30 km de distancia de la
Prisión, lo que permitía llevar a cabo las tareas asesinas según el programa
prefijado: matar y negar que aquello estuviera sucediendo. Matar y borrar los
rastros documentales falsificando los expedientes carcelarios con supuestos traslados
o puestas en libertad… Matar y ocultar.
Por la conjunción de datos recopilados, tanto de fuentes documentales como
orales, sabemos que, previamente, solía desplazarse un retén del ejército a
estas zonas apartadas para trazar las fosas que serían utilizadas más tarde.
Así nos lo han relatado vecinos ancianos de la comarca que veían pasar los
camiones a media tarde y cavar, para volver de nuevo de madrugada, cuando se
levantaban los jornaleros para segar y acarrear el trigo. Entonces era cuando
veían los fogonazos y oían los disparos asesinos. Así a lo largo de todo el mes
de agosto y septiembre.
El ancho y largo regular de las fosas de Estépar, su ubicación y
distribución, no fueron casuales sino fruto de una perfecta planificación
militar.
El nombre de Estépar ha sido en Burgos el que expresaba de forma más
rotunda el horror de la represión franquista, de la impotencia y terror de la
población declarada “no afecta”. A pesar de la pretensión de los militares, la
tarea de matar a miles de seres humanos no puede ser ejecutada sin dejar
rastro. Las familias, los amigos, las comunidades sabían de la desaparición de estas personas, vivieron
con horror el conocimiento de su repentina ausencia y precarización de sus
vidas mientras experimentaban el desprecio e insolidaridad de muchos de sus vecinos
y conocidos.
En Burgos se ha oído durante décadas frases como “el padre/abuelo de fulanito,
está en Estépar”. Una frase simple, neutra, engañosa… que en el uso del
presente verbal —ese “está”— congela y condensa toda la experiencia del horror,
la violencia y la muerte desencadenada por los sublevados en 1936. Un “estar”
inmutable, congelado, como si se tratara de una maldición mitológica, permanente.
Y que, en parte se ha cumplido, pues aquella violencia y oprobios desatados en
1936 han durado, en muchos casos, hasta el presente. Estépar, destino de
cientos de personas de la ciudad y de la provincia, ha sido en el caso de
Burgos, el símbolo potente de aquella injusticia, de la carnicería más terrible
y traumática que hemos vivido como sociedad. A través de frases como aquella se
ha dicho todo: que era una familia bajo sospecha, que cuidado con estos, que no
son de los nuestros… Muchas personas no solo sufrieron unas condiciones de vida
injustas y terribles, sino además una sombra permanente que duró, al menos, lo
que la dictadura.
A pesar de los esfuerzos hechos por el régimen franquista y sus convencidos
seguidores, en la memoria colectiva burgalesa existe la convicción de que
espacios como el de Estépar, acogen a los mejores de una época, a los miles de
personas comprometidas en su tiempo con la reforma y modernización de su país
—tantos alcaldes y concejales—, de las condiciones laborales —caso de los
sindicalistas, de los miembros de las Casas del Pueblo—, comprometidos con el
desarrollo cultural, la alfabetización y educación —tantos maestros y maestras,
escritores, artistas, músicos, periodistas…—. Del nombre de Estépar emana un
capital simbólico del país que pudo ser aquella España frustrada por la guerra,
de los anhelos y deseos que hemos podido recuperar solo tras la muerte del
dictador.
2. La condición de las víctimas.
Me gustaría llamar la atención, brevemente, sobre la condición de las
víctimas, que no son únicamente aquellos que han sido exhumados, sino,
especialmente, de sus familias.
En un país aún pendiente de encarar los legados y pervivencias de la
dictadura, necesitado de una profunda desfranquistización,
la condición de víctima para quienes sufrieron muerte, persecución y represión
por parte del régimen, ha venido siendo injustamente negada y discutida.
Las familias afectadas por estas terribles pérdidas humanas, por la
estigmatización de ser rojos, enemigos,
perdedores de la guerra, encararon unas miserables condiciones de vida en sus
comunidades y pueblos, en sus barrios. Sufrieron un fortísimo empobrecimiento con
la eliminación de tantos cabeza de familia —sin certificados de defunción, con
lo que las no-viudas no tenían capacidad para gestionar ningún bien a nombre de
sus difuntos— ; situación de indefensión agravada por las multas, incautaciones
y robos de sus propiedades; a lo que se sumó la limitación permanente de su
supervivencia al ser declarados “no afectos”, o lo que es lo mismo, privados de
apoyos o avales oficiales que les permitiera acceder a ciertos trabajos o
destinos o mínimos beneficios.
Esto solo es, por así decirlo, la parte más superficial de su drama. Lo
peor fue la negación completa de su desolación, prohibiéndoseles expresar su dolor
—ni de luto podían vestir—, negándoseles cualquier consuelo simbólico y
espiritual, la posibilidad de visitar los enterramientos, más todos los
conflictos derivados de la inconclusión de ritos y cierres de duelos.
En razón de tales angustias y conflictos, muchas de estas gentes
desaparecieron de sus comunidades, se desplazaron a otras ciudades buscando un
mínimo alivio a sus condiciones de vida y a su pesar. Esa diáspora del
sufrimiento complica a veces las exhumaciones de sitios como Estépar, donde
puede resultar muy difícil localizar a algunas de estas familias…
3.- Un trabajo no solo para las
familias, sino para la sociedad.
Tareas como las exhumaciones atienden, en primer lugar, al drama y
sufrimiento de las familias de las víctimas, a quienes se trata de ayudar
recuperando los restos para su reinhumación, a cerrar sus duelos y los
conflictos que han arrastrado durante décadas. Pero no debemos equivocarnos,
estas tareas son también una inversión social necesaria. A través del
conocimiento de estas exhumaciones, de las biografías e historia de quienes
fueron asesinados, de las condiciones de vida y dramas de las familias de los
asesinados, nos vemos obligados como sociedad a encarar la fealdad y vergüenza
de nuestra historia. Solo así podemos madurar como sociedad. Solo así podremos
ser una auténtica comunidad integradora de todos. Solo así los perseguidos, los
perdedores y derrotados volverán a estar entre nosotros, en nuestra memoria.
Eso servirá para que valoremos lo que significa la libertad, el valor de la
vida, el derecho a pensar como cada uno quiera, la importancia de reconocer y
apreciar la diversidad y la diferencia, el auténtico sentido de la convivencia
democrática.
Exhumar, recuperar la llamada memoria histórica, es un deber que tenemos
como sociedad para construir la tan necesaria memoria democrática. Cuidar de
las víctimas, acompañarlas y resolver sus conflictos es un deber de todos, de
nuestras instituciones y ciudadanos. Este de hoy es un paso más en esa
dirección, pero debe seguir siendo una exigencia ética y política. Con los
actos de esta tarde en Estépar, en el monte y en el cementerio, se produce un
cierre a medias de este problema, en algunos casos nada menor si sirve para que
las familias concluyas sus duelos inconclusos. Pero esto no debe generar ningún
tipo de olvido social. Los espacios de las fosas, los distintos lugares
vinculados a la represión y horror vividos durante la guerra civil y el
franquismo deben quedar como espacios públicos de memorización, como lugares de
memoria, un patrimonio nacional que nos obligue a asumir nuestro compromiso y
responsabilidad con un pasado todavía vivo entre nosotros. Solo así creceremos
como sociedad comprometida con la libertad y los derechos humanos.
Esto debemos hacerlo de la mano de las víctimas, de sus familias, y del
conocimiento fiel de lo sucedido. La sociedad sigue en deuda con todas las
familias de los desaparecidos, asesinados y perseguidos por el franquismo. Les
debemos la reparación de su sufrimiento, justicia por los crímenes, y el reconocimiento
de su experiencia como recordatorio de lo suponen las políticas del odio y la
intolerancia.
Muchas gracias.