DIARIO DE BURGOS, 18/09/2019. Contraportada.
No son estos
tiempos para desentrañadores. Superado el síndrome postvacacional —a la fuerza
ahorcan—, no hay forma de levantar la cabeza con el reenganche informativo.
Invade el desánimo, se siente uno consumido, macilento, asténico... Es encender
la radio, la tele o leer la prensa y constatar cómo vuelven una y otra vez las
burras al trigo... Agotador.
Desentrañar,
que tiene que ver con lo hondo, las tripas, lo auténtico..., supone atención,
curiosidad, averiguación y sospecha. Como actitud ha de ir un paso más allá de
lo evidente, superar la sorpresa inicial, la perplejidad lumínica o el estupor
etílico. De sus resultados dependen reacciones como la complacencia, la
satisfacción y, más a menudo, el horror, la indignación o el desprecio. Vamos,
un sube-baja emocional con parada en cardiología.
El
desentrañador es un asocial, un aguafiestas, un pesado. Su hiperatención
molesta, es antipático al evidenciar las manipulaciones, las corruptelas, al
recordar la dejación de controles y responsabilidades que hacemos. No se relaja
y gruñe ante la telebasura idiotizante, las apropiaciones de lo público, el
engaño religioso, el uso y abuso del patrimonio, la inmensa mediocridad
política, el afán desmedido, la despersonalización de nuestras relaciones y el
imbecilismo tecnológico. No es un amargado, no cobra por soliviantar ni marear
perdiz alguna, pero a fuer de escaldarse corre el riesgo de la desesperanza...
Recorrer los
nombres de la política en cualquiera de sus niveles —internacional, nacional,
regional, local— nos termina en una farmacia de guardia rogando antidepresivos
o barbitúricos. ¡Pero qué hemos hecho para merecer a tanto incapaz! Confundir
el bien común con el maquiavelismo de salón, los intereses creados, el
tacticismo cortoplacista, abona el desapego ciudadano y que la peña prefiera
Sálvame al Telediario. Y así nos va.
Empieza el
nuevo curso… o mejor, repetimos.