DIARIO DE BURGOS, 20/09/2022. Página 5.
El larguísimo
adiós a la reina Isabel II es, para algunos, el fin de un ciclo o de una era
que, al parecer, encarnaba la monarca fallecida. La suntuosidad, boato e
infinidad de recursos desplegados durante estos diez días de ficción televisiva
han configurado uno de los más potentes discursos de legitimación de una monarquía
que entendió como pocas la importancia social de los rituales, aunque
históricamente muchos de ellos fueran mentira (Hobsbawm).
Cabe
preguntarse si este largo lamento público ha sido de veras por la reina Isabel
o, más bien, una articulación de la nostalgia por la pérdida de la infancia y
juventud personales. El largo reinado de setenta años supone que su presencia
ha acompañado a varias generaciones, en realidad como lo hace un rumor
constante, o la vieja litografía del salón de casa de nuestros padres. Siempre
estuvo ahí, dicen muchos de los dolientes que han hecho cola estos días
para presentar sus respetos. Su ausencia no es exactamente la de un símbolo
─que a buen seguro fue para muchos─, pero sí un marco. Y así trabaja la
memoria, construyendo asideros, ramas que nos permitan enguirnaldar nuestros
recuerdos personales a los de otros para darnos sentido de pertenencia.
Las
retrasmisiones inacabables de desfiles y honras llenos de uniformes oníricos,
propios de cuidadas colecciones de soldaditos de plomo, con decoraciones de
fantasía y personajes de cuento de hadas, nos trasladan a fascinantes
mundos de absoluta irrealidad que contribuyen a que se acepte lo que tal vez
debía haber sido inaceptable. Pocas veces la monarquía fue, en sí misma, un
beneficio colectivo real. Por más que algunos nos lo presenten como una dura
servidumbre a un ideal, lo cierto es que si algo representa la monarquía por
encima de todo es la exaltación de la diferencia por cuna, el endiosamiento de
linajes destinado al mando, a la explotación y la violencia.
El funeral
regio ha tenido algo de vergonzante pleitesía de los dignatarios extranjeros a
la corona (Hannover)-Sajonia-Coburgo-Gotha, hoy Windsor, lo que permite
sostener entre los más nostálgicos la vigencia del imperio, un sueño de
explotación y dominio que, sin ir más lejos, está detrás de la pésima idea del
Brexit.
Diez días
dedicados a detener el tiempo, y el engaño. D.E.P.