24/4/19

TIEMPOS DE DEBATES / 2


IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA. 24/04/2019.

II.

Y por fin, la montaña parió un ratón.
El segundo debate sirvió más para dejar en evidencia las carencias de nuestros políticos que para despertar claras ilusiones. Vaya por delante que sí hubo un ganador, Pablo Iglesias, quien volvió a hacer de la moderación y coherencia de sus principios una barrera frente al fango. Item más, se permitió reñir a aquellos machitos que con tanta facilidad convertían el escenario en una gallera.
Prescindiendo, otra vez, de los prolegómenos (llegadas, maquillajes, acompañamientos...), el debate de A3 Media resultó mucho más completo en su concepción y organización que el de la pública. La flexibilidad de las intervenciones permitió que la discusión tuviera más interés, ciertas posibilidades. El set era más limpio que el día anterior, y sin la obsesión de la marca corriendo por las pantallas (aunque aparecía, con cierta discreción, en la parte baja de las acertadas dinámicas del fondo). Dos breves recordatorios de los tiempos usados bastaron para aclarar la neutralidad de los moderadores. Dos profesionales, dos, Vicent Vallés y Ana Pastor, fueron los conductores necesarios para evitar el caos entre los contendientes, especialmente en los momentos más barrosos. Cuatro hombres de muy distinto talante e ideas enfrentados; todos jugaron en algún momento la baza de dirigirse a la mesa de coordinación para escapar del griterío y espolonazos. Pues bien, ninguno fue capaz de decir el apellido de la periodista, siempre fue un “señor Vallés…”.
Otra vez, el hábito no hizo al monje. Embutidos en sus atildados trajes, Casado y Rivera se enzarzaron en una pelea casi tabernaria. Había mucha testosterona bajo las almidonadas camisas de la derecha por saber quién queda como capo. Puede que hasta lucieran en los antebrazos el patibulario corazón de “Amor de madre”. Paradójicamente, son los supuestos defensores de la familia quienes más exponen mediáticamente a sus hijos y padres en un juego de búsquedas de empatías poco o nada elegante.
De esto último, hubo bastante poco: de elegancia. Rivera continuó con la estrategia del dopado acelarado, lo que deja una sensación incómoda en el espectador de deja vù. Pero al líder de C's esta vez le mordió Casado. Y entre ellos montaron tal gritería, tal pelea de machos azuzados, que, una vez más, Sánchez pudo escapar sin demasiados rasguños. El afán por mostrar manualidades ocurrentes daña la imagen de seriedad de Albert Rivera y lo retrotrae al nivel de una presentación escolar. Rollitos de papel ilegibles, fotos enmarcadas (ayer se vio más marco que foto), fotocopias con una espiral, tarjetas con fondo de banderita… Rivera transmite sensación de agonía, de última oportunidad. Parece que le hubieran sometido a una sesión de sofrología con la que euforizarle tras la depresión de haber perdido el papel de esperanza blanca que le arrebató la moción de censura. Rivera transmite un aire de político sonado, de un campeón que pudo ser y no será… Obsesionado por un efecto que resulte drástico (un fichaje, una alianza, una medida ingeniosa…), todo se queda en braceo agotador. Fue el gran perdedor.
El presidente no rehuyó el cuerpo a cuerpo que buscaba Rivera. En ocasiones quedó envuelto en la sordidez, pero salió incólume. Tuvo su cierta gracia que tuviera el libro de Dragó/Abascal para contrarrestar el incomprensible obsequio de un ejemplar de la tesis doctoral a su autor… Rivera quedó ridiculizado; en realidad, él y Pedro Sánchez se infantilizaron mutuamente. Sánchez supo rebatir, a veces rozó la mala educación en sus comentarios fuera del uso de la palabra, aunque en una ocasión sonó tan espontáneo como convincente al espetar a Casado un “¡pero qué dices!”, que transmitió indignación sincera. Volvió al argumentario de los logros de su gobierno con la sonrisa maligna de Iglesias de fondo al oírle medidas conseguidas por Podemos, como es la subida del salario mínimo. Pero consiguió seguir su rumbo. A más ruido de la derecha, más posibilidades para el PSOE. Y, sí, esta vez quedó medianamente claro la imposibilidad del pacto postelectoral PSOE-C’s.
Casado luchó y bregó para quitarse el sambenito de perdedor del debate anterior. Y lo consiguió. Pero en su afán por marcar territorio frente a Rivera y dejar claro que de sorpasso al PP nada, le han hecho el caldo gordo a Vox, el feliz ausente del fanguero. Casado volvió a pecar de faltón, de chivato, de oportunista rijoso. La mención a Eguiguren fue rastrera, como desconcertante el fangal de la violencia machista-aborto-ley-madre: la caverna asomándose desde el rostro imberbe del líder del PP. Lo mejor, la coherencia de sus planteamientos: es un carca y no lo oculta. Sánchez tuvo uno de los mejores momentos cuando le espetó que ninguna mujer estaba libre de la violencia machista aunque fuera catedrática de universidad. Porque, con lo dicho por Casado, la carga de culpabilidad volvía a estar en las mujeres: si hubieras estudiado, si trabajaras, no te pasaría esto… En fin, indignante.
Hubo algún guiño poco explicable de la casa organizadora, A3 media, favorable a Casado. Vallés desgranó el programa económico del PP antes de hacerle una pregunta a Pablo Casado. Sirvió en bandeja a la audiencia las medidas estrella (esa pretendida “revolución fiscal”) de los populares, cosa que no sucedió con los otros tres partidos. Ahí se le vio la pluma, no sé si al consejo de administración o a la mesa moderadora, que en el resto del debate estuvo bastante atinada. Y, desde luego, acertadísimo fue el tono conminatorio de Ana Pastor sobre el uso de los tiempos y en las llamadas de atención por impertinencias o solapamientos en las intervenciones.
Ganó Iglesias, con tono moderado y atildando su aspecto con un jersey oscuro que favorece su telegenia, algo dañada en el día anterior (el guiño a los suyos, el escudito de la prenda). De eso se trataba, sin mostrar incoherencia, no perder con lo menos importante: la imagen es otro lenguaje que no se debe olvidar, sobre todo para evitar que reste. Las aportaciones del líder de Podemos resultaron las más serias, propositivas y ajustadas a un plan de gobierno. La invocación a la serenidad y haber mostrado talla de estadista supondrán, a buen seguro, un eficaz freno al voto en descomposición de Unidas Podemos. Tono, responsabilidad, coherencia e independencia de criterios, esas fueron las claves de su victoria, evitando que le marcaran los temas y haciendo notar a los demás sus agresivas carencias.
Resultado final: afirmación del bloque de izquierdas e inquietante espera de los resultados de Vox.




23/4/19

TIEMPO DE DEBATES / 1

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA. 23/04/2019.

I.

Llego al primer debate como si hubiera oído la trompeta del Armagedón: tenso, expectante, deseoso de ver un espectáculo digno de un apocalipsis... Durante una semana me han bombardeado con el debate sobre el debate, que si uno, que si dos, que si Vox también, que si la Junta Electoral... Así que llega el cuerpo maltratado y fuera de sí, necesitado de un padre Karras que lo regule.
Soporto mal el afán de volver espectáculo cualquier hecho habitual: llegar en coche, saludar, entrar por los pasillos..., así que espero a que falten dos minutos para encender el televisor. Últimos comentarios y valoraciones (no sé cuánto llevan) y comienza el asunto.
Tres de los contendientes van vestidos de cóctel y uno de Carrefour, pero pronto se verá que el hábito no hace al monje. El moderador, con traje mal ajustado a su chasis y desafortunado en el color, trató de sobrellevar su difícil papel con incitaciones y comentarios que, lo confieso, no me gustaron. Quiso agitar y sonó chismosillo, poco fino en las apreciaciones sobre los rictus y reacciones a los comentarios de quien estaba en el uso de la palabra... En realidad, prácticamente se moderaron solos.
La realización también me defraudó. Pensé que iba a ser más vistoso, más interpolación de cámaras mostrando reacciones, más visiones de conjunto o particiones de pantalla. La sensación fue un poco enlatada. Demasiado ir de lado a lado las letritas de RTVE. Un set algo mejor que el de Saber y Ganar, pero no mucho.
En cuanto a las intervenciones y resultados, es obvio que Pedro Sánchez no perdió (el gran riesgo de quien va en cabeza de todas las encuestas). Tuvo algún momento incómodo, pero supo zafarse de los escasos intentos de pinza de las derechas. Acertó con lo del detector de verdades para Casado, acusándolo aquel. De los cuatro intervinientes, es quien anda peor de telegenia, le falta soltura ante la cámara, no se acaba de creer que tras el cristalito estamos los espectadores. Buscó en la mirada de Fortes su tabla de salvación. También algunos gestos delatan su nerviosismo. Su aval es su gobierno reciente, y hace bien en esgrimirlo, el mantra de la justicia social es bueno, pero el Presidente huye demasiado de la confrontación sobre medidas concretas o financiación. Evitó vestir un traje a medida, eso debe ser el toque obrero.
 Casado perdió estrepitosamente. Llegó con la vitola del pollo pera: con ganas pero sin experiencia, carente de solidez (hay que ver la de bobadas que ha dicho durante el electoralicio), sin poder despegarse de la sombra de sus mayores, esa corrupción tan fea del PP. La estrategia de manipulación de las cifras, la simple discusión, le hace perder credibilidad. Y Rivera lo sabe.
Alberto Carlos salió con todo, tal vez con demasiado. Parecía dopado, rozando el histrionismo. Su forma de ametrallar hablando le permite hacer piruetas y demagogia, como lo del encuentro de Sánchez con Torra. Le pasa lo que a Arrimadas, les falta un chin para parecer fundamentalistas. No se da cuenta que tanta bandera y españolismo desaforado (otro nacionalismo), convierten su liberalismo en papel mojado. El estilo hard talk podrá hacer que algunos piensen que ha ganado el debate, para mí una excitación repelente y furibunda. Muy cansino. Su minuto final pudiera ser eficaz para un casting, lo de “escuchar el silencio” resultó, simplemente, patético.
Pablo Iglesias se hace perdonar su afán por vestir mal y el traicionero lenguaje corporal. No sé cuánto fía al mal gusto como estrategia, con lo fácil que es combinar un vaquero azul con una camisa cualquiera... Desde luego, resultó el más coherente y sensato. La estrategia de leer la Constitución no es mala, eso sí, paradójica con el discurso anti78, (esto ya lo hizo Iñaki Gabilondo en plena crisis), pero conviene dosificar la cosa para no ser pasto de los memes. Le agradecí la llamada de atención a sus rivales advirtiendo la proyección del debate fuera de España: basta de decir estupideces sobre Cataluña, sobre Torra o sobre el 155. Iglesias se crece cuando habla, y las razones tienen que imponerse a la demagogia. Podrá parecer secundario lo que digo sobre el aspecto y su gestualidad, pero si quiere ampliar el voto, hay que emitir señales de confianza, o, si se prefiere, hay que contrarrestar las señales negativas: una actitud corporal que evidencia superioridad, parecer sobrado en plan mansplaining (sí, ya sabemos que es el más feminista del mundo). En fin, que Iglesias puede considerarse lo más parecido a un ganador, pero sin corona de laurel.
Son estos debates multiplataforma: no vale con esgrimir argumentos, dar razones, explotar los puntos débiles del adversario, hacerle incurrir en contradicciones, sonar firme..., además hay que sacar el merchandising, los gráficos a color, portadas de periódicos, fotos enmarcadas. El asunto llega a rozar lo ridículo, máxime cuando a un gráfico contraponen otro que dice lo contrario sobre los mismos datos. Este aparataje de chistera desvirtúa la seriedad del debate, lo hace parecer premeditado. A más gráficos panelados, menos diálogo. A la fotito con marco de Rivera solo le faltaba una Hello Kitty en la esquina.
En conclusión: todo muy devaluado. Nada de apocalipsis, ni Éxodo ni Deuteronomio, sin plagas, ni siquiera gota fría. El voto, hasta ahora, se ha movido muy poquito.



18/4/19

EL CRISTO...

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 18/04/2019. Contraportada.

Gracias a la primera luna llena de primavera y al observatorio vaticano tendremos una semana de respiro en la campaña electoral, que falta nos hace. Los periodos electivos suelen ser bastante cansinos por la reiteración de ideas simplistas, las acusaciones gruesas y el machaqueo de músicas irritantes; pero lo de esta vez clama al cielo. No se recuerda un nivel tan deplorable y patético en las intervenciones de los políticos como el de estas elecciones, particularmente en el campo de la derecha. El modo pánico en el que ha entrado el Partido Popular ha traído temas resueltos hace más de treinta años junto con absurdas consideraciones sobre los fetos, falsas estadísticas económicas, un penoso chalaneo con los hijos de las inmigrantes, la nostalgia de ETA y hasta prometer bajadas de sueldo del salario mínimo... El espectáculo trumpiano dado por Cayetana Álvarez de Toledo en el debate de televisión sobre el consentimiento de las mujeres ante las violaciones corona esta locura. Todo vale con tal de atraer a los votantes fugados a Vox.
En cuanto a la izquierda, Pedro Sánchez, con el impagable concurso de Pablo Casado, va adquiriendo aire presidencial y, a fuer de cultivar la moderación, un rictus mojigato. Su última cabalgada está, justamente, en ese territorio de absoluta orfandad que se ha convertido el centro. El programa del partido socialista ha reducido toda arista y, tras esconder a Iceta, ha rebajado el tono del secesionismo haciéndole ver que, en el fondo, los problemas de los catalanes son exactamente los mismos que los del resto de españoles. (Los problemas reales, claro; lo otro entra en la órbita del absurdo y lo desinformado, tipo Brexit).
Queda por saber si Podemos tendrá una última vida con las elecciones. Los siempre ridículos egos de la izquierda han precipitado la descomposición del proyecto de nucleación y esto parece abocarles a un proceso de refundación (sí, otro más), seguramente tras las elecciones municipales. Sobran siglas y falta compromiso con la realidad de los ciudadanos. La jerga guerrera de las vanguardias solo ha servido para aupar a pequeños ególatras y generar odios incomprensibles desde fuera de las organizaciones. La atomización conduce a la irrelevancia, y en el proceso de extinción, a las alianzas más absurdas e incoherentes.
Un pedazo de cristo.



3/4/19

AUTOESTIMA

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 03/04/2019. Contraportada.

La aventura del 28-A es la de un país que aún ignora en qué se ha convertido. Acostumbrados a ver las cosas tal y como eran, nos cuesta ver los cambios que nos rodean. Los resultados postelectorales tendrán que ver con la transformación que hemos sufrido de la mano de la tecnología, las redes sociales y, sobre todo, la precarización.
Una vez que se ha instalado la consideración de “votante = consumista emocional”, la internacional reaccionaria de Steve Bannon y sus secuaces se ha dedicado, como si de una burbuja financiera se tratara, a recalificar y especular con los miedos. Tal quehacer ha engrasado a los ultras de todo lugar, a los exaltados del Brexit, a los Orban, Salvini, Bolsonaro, etc., España incluida. Para ellos, la política ya no es transformadora, y menos progresista, solo puede aspirar al reaccionarismo, a volver a los viejos privilegios, a un clasismo nostálgico. Sus discursos fáciles y las frases rotundas ocultan los auténticos problemas de la realidad, los metamorfosean hábilmente: la inseguridad laboral, el empobrecimiento que experimenta la población no serían culpa de los poderes económicos y financieros sino de quienes ponen en riesgo nuestro sistema y tradiciones: los migrantes, los secesionistas, los homosexuales y transgénero, los divorciados, las feministas, los que piden más Estado, más impuestos, más libertades que pongan en riesgo nuestra identidad… La pregunta obvia que el votante emocional no se hace es: ¿y a quién beneficia todo esto?
Los emergentes de ultraderecha no hablan sobre cómo la reciente crisis ha arrasado con los  principios de bienestar público, eso son naderías, lo suyo es una cuestión de orgullo y honor, de valentía, de patria y bandera... Lamentablemente, quienes están comprando de forma exponencial su mantra son los jóvenes, aquellos que votarán por primera vez y que enganchan con el discurso adolescente de la necesidad de afirmación —“la España de la autoestima”, lo llaman—, y quienes han visto que la frustración hacía presa de su presente negándoles cualquier proyecto vital autónomo: no quieren futuro, quieren el pasado, la España de sus padres.
Lo peor es que esta cosecha será improductiva, su estéril resultado sentará las bases de mayores insolidaridades y conflictos. Cuando se busca épica, batallas, reconquistas…, lo que se alcanza es destrucción, oscurantismo y fanatismo, aunque se presente por medio de Twitter o Instagram.