DIARIO DE BURGOS, 21/07/2021. Contraportada.
A menudo me
pregunto cómo trasladar la necesidad de ese juicio histórico y compromiso ético
a la sociedad y política española. España vivió una larga dictadura basada en
una terrible violencia —física y estructural—, en una corrupción galopante en
las clases rectoras y el aletargamiento de la población cómplice o
ideológicamente anodina bajo los habituales principios de orden y seguridad.
Cuarenta años de franquismo supusieron en la práctica distintas dictaduras
merced al camaleonismo del régimen. Y, lógicamente, infinidad de vivencias de
más de dos generaciones. Pero los recuerdos familiares, la intimidad de la vida
cotidiana no compensa o blanquea hechos constatados: los asesinatos, las
persecuciones, robos y expropiaciones, una represión sistemática y cruel de la
que nada decía el Nodo, la prensa oficial o la ulterior televisión. Había una
España franquista y otras completamente reprimidas.
En un país
ignorante e iletrado, la ausencia de compromisos de la derecha para alcanzar un
pacto sobre la defensa de los Derechos Humanos y la Democracia impide que
asentemos los principios de modernidad y europeísmo que tanto se cacarean.
Volver al búnker y rechazar la Historia del siglo XX —la hecha desde parámetros
científicos, con evidencias primarias, metodología y rigor—, nos devuelve al
barbarismo de hechuras matoniles, intolerante, la España antirreconciliación.
Tan fácil que les resulta ver que Cuba es una dictadura y son voluntarios
ciegos para nuestro pasado franquista.
La memoria
democrática es una apuesta necesaria por la justicia, la verdad y la reparación.
Hacer bandera de lo contrario es, simplemente, reconocerse en el aterrador
“viva la muerte, muera la inteligencia”. Pobre España.