DIARIO DE BURGOS, 27/04/2022. Contraportada.
Este es el meollo de todo. Nadie defiende la
necesidad de subvencionar al Hola para
ampliar la base de fans de la primera
familia española, de hacer platos y tazas a lo british con la noble testa del Rey ─que existir, existen… Se trata
de convencernos ─o no─ de que el desempeño de la Jefatura del Estado por
sujetos pertenecientes a determinado linaje, suponen unas condiciones de
estabilidad e independencia ─sin injerencia en la política del país─, claramente
ventajosas frente a otros modelos. Y esto, habrá quien lo vea claro y otros no
tanto.
Desde un punto de vista estrictamente democrático,
chirría la existencia de una familia real. Es inevitable. Los principios
filosófico políticos de nuestro sistema, basados en la equidad e igualdad,
resultan contradictorios con la idea de un privilegio de cuna. Porque Rey se
nace, aunque toque un largo proceso de espera para ser coronado ─poor Charles─. Y, hasta hace poco, debía
ser varón, aunque fuera el tercero tras sus hermanas…
Felipe VI se toma con total seriedad y
responsabilidad su papel, nadie lo discute. Pero, en la monarquía late un
principio de profundo anacronismo. La realeza es resultado de una tradición cuyo
tiempo ─a pesar de los intentos inciertos de monarquías constitucionales del
XIX─, quedó muy atrás. Y con los reyes, los representantes del estamento de la
nobleza, idéntica naturaleza
privilegiada por nacimiento, que, entre cuñados, primos y consortes, tan amenos
ratos de telediario nos hacen pasar.
Nos han homologado al Rey, dice el ministro
Bolaños, como quien le añade un sello AENOR o un crotal. Pero, la sensación
final se acerca más a haberlo recauchutado: hay transparencia, sí, pero a
medias, que nada sabemos, por ejemplo, del patrimonio de su esposa. Y, en
cuanto a la muy discutible inviolabilidad ─origen de la actual crisis
institucional─, ni palabra.