DIARIO DE BURGOS, 20/03/2019. Contraportada.
Reflexionar sobre nuestra democracia es un
ejercicio desasosegante y triste. La mezquindad, la ruina moral, la ausencia de
principios valiosos al bien común dominan el panorama. Ni hay respeto a las
instituciones ni a las reglas de juego ni perspectivas que permitan una ilusión
mínima. Las razones para votar resultan estrategias contra algo, no a favor de
un proyecto. Todos juegan a movilizar a sus
electorados agitando miedos. Y en el horizonte empieza a tomar cuerpo el
fantasma de la abstención, tan comprensible como peligrosa.
En tiempos de permanente infotoxicación, los
partidos se desgastan en competencias nada virtuosas ante las poco halagüeñas
perspectivas de los sondeos, especialmente entre las derechas. Se lucha por
cada feligrés —la retención del antiguo votante-parroquiano— con un sentido cainita:
usando un lenguaje vulgarizado, apelando a las vísceras, al golpe de pecho con
aire cuartelero. El tono se eleva en una vorágine permanente: hay que impactar
con el fichaje, la propuesta
estrella, la última astracanada. El centro conservador ha desaparecido con el
histerismo haciendo presa en Cs y en el PP: pucherazos, renuncia a los
principios liberales con alianzas incomprensibles, paracaidistas de pasados
turbios, propuestas vergonzantes sobre las mujeres y los emigrantes… Y en el
vórtice del envenenamiento, Vox avanza constante en su objetivo de
neofranquismo fundado en una nostalgia auténtica o presentida. Vuelve la caspa
sobre uniformes mientras piden que se prohíba el pensamiento contrario. En
realidad, el simple pensamiento.
Las izquierdas muestran su maravillosa estupidez
histórica en su afán de fragmentarse, incapaces de lograr un proyecto articulado
de país, generoso en las propuestas, lejos de obsesiones identitarias y
personalistas o de absurdeces terminológicas. Los votantes tratan de soslayar
la ceguera de sus líderes diseñando rutas que parcelan su voto según la
elección: una sigla para las generales, otra para las locales y un última para
las regionales. Por encima de ellos, Pedro Sánchez contempla, frío, los
reclamos de generosidad y pluralismo de quienes le apuñalaron y dieron por
muerto… —Roma traditoribus non praemiat—.
A la postre, entre unos y otros le están encumbran al centro progresista.
España es una tómbola… sucia, tramposa, confusa e
insegura. Son tiempos de orgullos heridos, trampas nacionalistas/localistas,
obsesión por la honra y harakiris a placer. Y de infinidad de huérfanos.
George Grosz. "Los pilares de la sociedad". 1926.