2/8/18

NO, ANTONIO JOSÉ NO ESCAPÓ A FRANCIA EN 1936.

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA

Como todo el mundo sabe, Antonio José Martínez Palacios murió asesinado en los montes de Estépar (Burgos) tras ser sacado de la prisión de Burgos en la madrugada del 9 de octubre de 1936.
Pues bien, hace unas semanas sufrí los embates de un ofuscado por haber desmontado su descacharrante hipótesis sobre la fuga de Antonio José a Francia en 1936. La polémica —si es que puede llamarse así— se basa en unas declaraciones del tal Antonio de la Fuente quien, sin aportar prueba alguna de la pretendida escapada, pretende poner en solfa lo que sabemos de la suerte del malogrado músico. A petición del Diario de Burgos, tres especialistas en la época, en Antonio José y en el estudio de la represión de la guerra civil dimos respuesta a la ocurrencia.
La noticia apareció en el Diario el lunes 16 de julio. En una página (14) se recogía la novelesca idea de una red jesuítica creada para sacar a perseguidos por el incipiente franquismo. Una propuesta en sí misma fantasiosa toda vez que la República había disuelto la Compañía de Jesús en 1932 —lo que, lógicamente, no haría presuponer simpatía alguna de los jesuitas a la causa republicana—. El segundo elemento clave para la hipótesis suponía implicar la persona del Padre Nemesio Otaño, un músico jesuita que sería quien manejaba la red y habría sacado a Antonio José rumbo a Francia a través de Barcelona para llegar a Marsella. La aventura concluía en Pontoise donde supuestamente moriría el burgalés en un bombardeo de los nazis. Todo un salto en el vacío si conocemos que el susodicho jesuita fue el encargado de las políticas musicales en el lado nacional durante la Guerra Civil —encargo que recibe directamente de Franco—, y posteriormente estaría al frente de la Comisaría de música y del Conservatorio de música de Madrid. Fue, pues, uno de los grandes instrumentalizadores políticos de la música durante el franquismo.
En la página siguiente (15), el redactor de DB nos consultaba al arqueólogo Juan Montero, al musicólogo Miguel Ángel Palacios Garoz y a un servidor sobre la verosimilitud de tal propuesta. Detallo esta circunstancia para que se entienda que nosotros fuimos buscados y no nos propusimos. ¿Por qué digo esto? Porque durante toda aquella semana recibí no menos de treinta emails del alucinado hipotetizador acusándome de quitarle su momento de gloria amén de los más desquiciados insultos e infundios en los que exhibía sin rebozo su completa ignorancia histórica —y que estuvieron a punto de costarle una denuncia por acoso—.
Como se publicó en el DB, cité una carta del Padre Nemesio Otaño a Higinio Anglés (29 de agosto de 1937, Fondo Higini Anglès de la Biblioteca Nacional de Cataluña) en la que el jesuita le informaba del asesinato de Antonio José —a quien habían conocido en un congreso en Barcelona en la primavera de 1936— hablando con saña del burgalés que “resultó [ser] un rojo vivísimo, ateo y endemoniado y ha sido fusilado en Burgos. Murió impenitente con el puño cerrado en alto”.  Como se ve, muy poco empático con la suerte de Antonio José.
Aún así, el Sr. de la Fuente se empeña en presentar a Antonio José como un compositor de honda raíz religiosa, lo que, según su opinión, le haría acreedor del novelesco auxilio jesuítico. De esta manera parece tratar de generar distancia entre el músico y el régimen republicano, y más concretamente, el Frente Popular, al que sin embargo el propio Antonio José reconoció haber votado en 1936 en coherencia con sus ideas progresistas (recogido en M.A. Palacios Garoz, En tinta roja. Cartas y otros escritos de Antonio José, Burgos, 2002). No entro a detallar el convencido republicanismo de Antonio José ni su compromiso con los más desfavorecidos —lo que, a la postre le ocasionaría su muerte—. Convendría distinguir que una cosa es componer música religiosa, canciones, dado el alto número de coros que había vinculados a la Iglesia, y otra suponer que el autor de tales canciones sea un místico. No se cuestiona la espiritualidad de Antonio José, aunque sí tenemos declaraciones suyas que muestran un profundo distanciamiento de la Iglesia en sus últimos años. Por otro lado, para un compositor que comienza su carrera, cualquier oportunidad de hacer oír su música es oro. Y dado que algunos de sus maestros eran músicos con puestos eclesiales, como José María Beobide, organista de la iglesia y colegio de La Merced (jesuitas), era perfectamente normal que practicara tales composiciones. Gracias a Beobide, Antonio José consiguió un puesto como profesor de música en el colegio de los jesuitas de Málaga, donde tuvo una productiva etapa compositiva.
En sus torticeras deducciones, el sr. de la Fuente aducía que la prueba del nueve para sostener la plausibilidad de su hipótesis es que se había dirigido al fiscal provincial de Burgos para que le confirmara que Antonio José había sido asesinado en Estépar, y que este no lo había podido corroborar. Da a entender que al figurar en la ficha carcelaria de Antonio José que fue puesto en libertad, no pudo ser fusilado… Acabáramos.
Es obvio que un fiscal no puede decir nada al respecto pues ni Antonio José tuvo un juicio ni causa probada documentalmente para su detención. Su captura y encierro el 7 de agosto de 1936, se produjo en cumplimiento de las órdenes del general Mola. Como muestran infinidad de estudios locales y globales sobre la represión, los sublevados iniciaron una inmediata limpieza ideológica allá donde triunfaron tratando de generar espacios seguros. Somos muchos los que hemos estudiado con todo rigor estas prácticas y que hemos demostrado la falsificación de documentos —tan habitual en dictaduras— como forma de autoprotección de los implicados (véase mi libro Lloros vueltos puños. El conflicto de los ‘desaparecidos’ y vencidos de la guerra civil española, Granada, 2016). Ninguna de las personas asesinadas durante el verano sangriento de 1936 —sin juicios ni consejos de guerra—, en el caso de que pasaran por alguna prisión, tuvo recogido en sus expedientes que fueran asesinados. Nadie encontrará la expresión “fusilado”. Lo que se indica es que se le ha trasladado a otra prisión —a la que nunca llega—, o que ha sido puesto en libertad. Tales expresiones suponen sacas conducentes a fosas comunes. El caso de Antonio José es idéntico al de sus compañeros de saca. Como lo será, tres días después, para su hermano Julio. El caso está perfectamente recogido en el libro de Isaac Rilova Guerra civil y violencia política en Burgos, Burgos, 2016.
La historia no es un juguete que manejar caprichosamente. No pocos se acercan a ella irresponsablemente para forzarla a decir algo conveniente a su ideología o fantasía. El caso de la represión de la Guerra Civil es un asunto terrible y complejo, su estudio ha tenido que enfrentarse a un montón de problemas derivados del triunfo franquista y su larga dictadura. Las familias afectadas por asesinatos y todo tipo de represión sufrieron una terrible experiencia desde la incomprensión y ensañamiento de la población afecta a la dictadura. La imposibilidad de cerrar sus duelos y haber podido llevar adelante una vida digna son la razón de que todavía hoy enfrentemos tantos problemas de la llamada memoria histórica. Es verdad que hay algunas corrientes históricas como la llamada historia contrafactual que juegan a proponer alternativas a lo sucedido como forma de analizar los procesos históricos, pero se trata de juegos de expertos que no niegan ni contradicen los hechos acaecidos.
Aventurar o imaginar otras cosas sin base científica —sin conocimiento del contexto, de la literatura especializada, carente de formación histórica— podemos definirlo como juego sin importancia mientras se trate de una conversación de bar y no trate de pasar por verdad comprobada o estudio de rigor científico. Es verdad que hay programas y espacios que acogen todo tipo de aventuras conspiranoicas o alternativas del tipo Hitler escapó a Brasil o Elvis sigue vivo, pero la mayoría sabe discernir lo absurdo de lo serio, lo científico de lo alucinado.
Encontrar los restos mortales de Antonio José será difícil. Como tantos miles de asesinados y enterrados en fosas comunes, se propició que en el momento de su muerte carecieran de cualquier objeto personal que facilitara su identificación. Es más, se trató de ocultar a la población que aquel exterminio selectivo estuviera sucediendo, de ahí la ocultación de las fosas. Además, han pasado ya ochenta y dos años de los crímenes, lo que aumenta la dificultad de la localización de las fosas cuando no han sido destrozadas, como pasa en Estépar con las obras de la autovía A-62 y del AVE.
La memoria de Antonio José, como la de tantos otros represaliados, es un bien colectivo, un patrimonio común sobre el sufrimiento y la injusticia. Jugar con estas cosas supone un ejercicio de irresponsabilidad e insensibilidad. Y de profunda ignorancia, también.