28/12/23

TERNERA

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
28/12/2023 

   José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea vive en su propio universo-ficción de verdores atemporales, un país de bosques-txalapartas murmuradores de ensoñaciones románticas para las que ha adoptado la estrategia Grimm: si no son así, se hace que calcen así. Su mundo es tan verdadero como el de una princesa Disney. En cualquier caso, él ─y no solo él─ vive en una realidad aparte, impermeable al pensamiento crítico: la de los fanáticos nacionalistas.

La película-entrevista de Évole es un documento de primer orden por lo que cuenta, por cómo lo hace, por la paulatina transformación del etarra ante la cámara, por el crecimiento casi apocado de un relato de dignidades ─las de las víctimas─ que acaba siendo poderoso, mientras la figura de quien buscaba reivindicarse de manera heroica cae finalmente hecha añicos.

Que Urrutikoetxea haya concedido esta entrevista, supone un punto de ingenuidad y varios más de soberbia; sobre todo, de desconexión con la realidad. El vizcaíno cree tener una verdad refulgente, y que va a marcar él el tono y ritmo de la entrevista (¡!). Pronto se percibe su disgusto, aquello no se ajusta a lo que esperaba. En su mundo-burbuja, él es un ser mitológico, un híbrido entre gudari y Prometeo… Poco a poco, se van desvelando las costuras y remiendos. No es tonto, pero tampoco brillante. Es un hombre (fanático) superado por el tiempo. Un resto. A lo sumo, un rescoldo. La conversación entre él y Évole rara vez está plenamente conectada. Lo suyo es la dialéctica, es un marxista-leninista de 1970 hablando con un periodista del siglo XXI. La disciplina de su lenguaje es la de su pensamiento: repleto de límites, de fraseología, catecismo, vacíos…  Poco a poco surgen profundas incomodidades, incoherencias graves que Ternera parece no concebir, pero que brotan de sus propias palabras, como cuando se le plantea el conflicto comparativo entre los terrorismos. Matar no está bien, dice, pero es menos malo hacerlo por Euskalerría que por el Islam...

Antes de metamorfosear sus deseos en frustraciones, Urrutikoetxea explica solícito sus humildes orígenes. Viene del campo, lo que es tanto una credencial de pureza, como de cerrazón espiritual ─así lo declara─. Creer a machamartillo, creer por tradición, creer sin fisuras. Lo explica para justificar su tiempo de catolicismo: procede de un mundo muy conservador, donde la creencia se impone. Luego querrá presentarse como carbonario, pero ya nos ha dejado claro que lo suyo no pasa de carbonero fideísta. Su lucha, en el fondo, también tiene algo de rechazo de sí: la fórmula Joseba no oculta qué implicaba ser llamado José Antonio en 1950. Así, entre silencios e impostaciones, se entrevé la rebelión adolescente a la vieja autoridad, el abrazo al marxismo como vía de liberación primero personal, luego del sueño colectivo. Inevitablemente, aunque tampoco se diga, aquello tiene algo de época: sustituir la tradición por un politburó.

Don Julio Caro Baroja explicaba que Euskadi era un término filológicamente mal construido por Sabino Arana. Este, que quería referirse a la tierra de los euskaros, acabó acuñando algo así como la huerta de aquellos. Urrutikoetxea también traslada esa mala construcción, la contradicción absoluta de mezclar un mensaje de liberación proletaria de fundamento internacionalista con el esencialismo aranista que hacía al vasco un nuevo buen salvaje carne de un etnonacionalismo particularista ─mejor digamos racista: la pretendida pureza étnica euskara─. Esa construcción, que también es una aberración, da pie a una concepción albanesa, marciana, deshumanizada.

Uno de los grandes efectos de esta cinta es la desarticulación del mito posible. Es doblemente oportuna no solo por el tiempo transcurrido desde la rendición y desaparición de ETA, sino porque los procesos de distanciamiento tienden a la nostalgia y exaltación. En el País Vasco es tan necesario pasar página mientras se abrazan los mecanismos democráticos ─la evolución, con sus conflictos, que muestra EH Bildu─, como dejar algunas cosas bien asentadas sobre el pasado reciente: la dictadura totalitaria que supuso el terrorismo etarra renovó la deshumanización del maketo, construyó una cosificación del no-vasco sumando a la vieja mixtura de racismo y clasismo la política “de liberación nacional”. El fanatismo acabó también con el apartamiento del que era percibido como tibio apocalíptico: aquel que no abrazaba los postulados etarras, o no pagaba el impuesto revolucionario, aquel que reclamaba su libertad, no ser artalde, rebaño.

La larga y sangrienta existencia de ETA también fue una crisis de pensamiento y ética ─de ida y vuelta, de ellos y de la lucha contra ellos─. También Adorno, Horkheimer y Benjamin son aplicables a ETA y su entorno. En la película, hay destellos de inseguridad en Urrutikoetxea ante algunas de las cuestiones que Jordi Évole le reclama, pero aquél no cede, no se lo concede a sí mismo, y menos al espectador: no puede aceptar el sinsentido de su lucha, la maldad protagonizada, no entiende el dolor creado, no asume el absoluto vaciado ético que supuso la violencia etarra, la imposición del terror en su propia sociedad y no solo entre los enemigos de su Euskalerría. Otra vez: es un believer, un fanático, un sujeto que se quiere marmóreo porque así se lo reclaman los suyos. Y así, los momentos de conversación sobre Yoyes se vuelven impagables…

El documental evita el trazo grueso. Muestra al etarra con su pretensión de dignidad, vestido con una americana azul y camisa blanca como si se tratara de un conferenciante o un escritor que viene a presentar su último libro. Évole no ignora el conflicto de la propuesta, la demanda de los exaltados del otro lado que quisieran un espectáculo de circo antiguo: la caseta de la fiera enjaulada a la que poder martirizar con palos y alaridos. Una vez más, los fanatismos arrastran la razón y la oportunidad. La inteligencia del periodista contrasta con la cortedad de aquellos que se han opuesto incomprensiblemente a la exhibición de la película en el festival de San Sebastián. Una vuelta más al juego manipulador de las cosas desde el favorecimiento de la ignorancia y las trincheras inútiles, particularmente entre quienes se niegan a reconocer la desaparición de ETA por pura conveniencia política. Asumido el peaje al ultramontanismo, resulta desolador ver entre los firmantes del manifiesto que, según ellos, denuncia que la cinta contribuye al blanqueamiento de ETA, a Fernando Aramburu. Inexplicable. A todas luces, un peaje político-editorial, que es lo que, al parecer, tiene vender el alma por un gran contrato. Todo un borrón a quien enarboló con tanta lucidez la bandera de la dignidad y la ética con Patria. Esto también es realidad.

Sin embargo, el monstruo, a pesar de la chaqueta, está. Su desvelamiento es lento, no procaz. Hasta él lo nota. Aquello no es lo que Urrutikoetxea quería ─no en vano, habrá contestación a este documental con otro de la parroquia para un imposible contrarresto, lo que no puede ser ya─. Ni Urrutikoetxea consigue desembarazarse de Josu Ternera, ni construir nada propio que le dignifique. Su país de Jauja no emerge, solo lo hace el horror, la intolerancia, la incoherencia, la crueldad, el fanatismo.

La película, en definitiva, es una inteligente llamada a la concordia, a evitar otro cierre en falso del pasado, a evitar no llamar las cosas por su nombre. No hay blanqueamiento, solo restaura a las víctimas, tan maltratadas, tan manipuladas. Quienes se opusieron a la cinta sin haberla visto han aplicado la misma intransigencia que No me llame Ternera viene a combatir. Ellos mismos se han autorretratado como una clerigalla histriónica. Pretenden ser una conciencia moral, pero lo que son es otro lastre para las víctimas y para toda la sociedad.

   El camino de la paz nunca es el olvido o el silencio. El reconocimiento de la dignidad de las víctimas y de la sinrazón de la violencia es lento, doloroso. La reparación también requiere mucha escucha, la logoterapia de Frankl. La conversación entre Évole y Urrutikoetxea ayuda a ver cómo sacar del aislamiento el fundamentalismo, enfrentarlo a verdaderos postulados éticos, hace emerger la dignidad humana negada.  La importancia de hablar y escuchar, de dolerse privada y públicamente por tanta militancia sacrificadora, tener el valor de llamar a las cosas por su nombre, de oírlas decir..., ayuda a entender que los nacionalismos, las ideologías excluyentes, por más razones que les apliquemos, son siempre una peste. Y que los sueños de tal razón… 




26/12/23

BUENAS COSTUMBRES

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 26/12/2023. Página 5. 

Siempre me han sorprendido los furibundos rechazos de quienes dicen defender la tradición ante un cambio en el calendario, la llegada de una fiesta nueva, la irrupción de una nueva costumbre. La humanidad, las culturas, cambian constantemente, se copian, innovan, incorporan y abandonan costumbres. En cuanto aparece el fantasma de la identidad, la armamos con sus trampas sobre el ser y el representarse. La felicidad es otra cosa y, generalmente, tiene más que ver con la apertura, el cambio, la tolerancia a lo nuevo que con el mantenimiento férreo de lo viejo.

Un clásico es la celebración del Halloween moderno ─disfraces, dulces y espíritu festivo─ frente a Los fieles difuntos, en España con un cariz serio, de rememoración, pero también de reunión familiar. La verdad que nunca he entendido por qué hay que escoger, por qué no sumar, por qué privar a los niños de una fiesta carnavalesca. No entro a la cuestión paradójica de haber sido el cristianismo el conquistador de las fiestas paganas que eran la base del Halloween. Los mexicanos lo han resuelto eficazmente con su fiesta de los muertos, donde conjugan celebraciones, con el recuerdo y la visita a los difuntos disfrazados de Catrina.

Otro foco de absurdez es la cuestión Papá Noel frente a los Reyes Magos, dos tradiciones de semejante antigüedad. Papá Noel, San Nicolás o Santa Claus responde al mismo espíritu cristiano de regalar a los pequeños que la de los Reyes Magos; por cierto, Magos que constituyen la gran reliquia de la catedral de Colonia. Contraponer una fecha frente a la otra como una cuestión de autenticidad versus modernismo caduco supone una venda irracional, un enfrentamiento innecesario en nuestro mundo de felicidad a través del gasto. Mis abuelos, y antes sus padres, ya traían a Noel todas las nochebuenas. Recibíamos unos pocos juguetes, a veces menores, y la Navidad discurría mucho más feliz hasta su esperado final.

Algo de esto hay en los discursos de Navidad. Yerra el Rey atándose a la literalidad de la Constitución sirviendo para que los tergiversadores de la misma piensen que les está dando la razón. Mejor hubiera tirado por los valores de la paz, del cese de la violencia, como hizo el Papa acordándose de Gaza, lo que le habría venido muy bien para reflexionar al energúmeno de Ortega Smith.

Cuando oigan proclamar el valor de la tradición, desconfíen, algo les están robando. 



12/12/23

LA ULTRADERECHA JEHOVÁ

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 12/12/2022. Página 5.  

El esperpento diario de rezadores frente a la sede del PSOE es perfecta muestra de la confusión de nuestros tiempos y, particularmente, del impulso antidemocrático de la ultraderecha católica. Recuperando estrategias de finales del siglo XIX ─la santa intolerancia─, sectores ultras de la Iglesia prorrumpen lemas franquistas con Cristo Rey y la Virgen como grandes protagonistas nacionalcatólicos, para promover la desobediencia y la aberración del Gobierno legítimo de los españoles. Ya se sabe, Dios lo quiere, como en las cruzadas.

Son una minoría, seguramente, pero la relación Iglesia-Ultramontanismo es una vieja constatación histórica. No ha tanto lucharon contra el liberalismo progresista decimonónico, apoyaron el absolutismo carlista, se fajaron contra las culturas obreras y abrazaron la sublevación y dictadura franquista. La ultraderecha española actual es un fruto madurado en los movimientos provida católicos y en ciertas asociaciones de víctimas, todos muy muy próximos al PP. De hecho, Vox debe su existencia a estos grupúsculos exaltados, y es entre los monjes-soldados donde encuentra su mejor caladero de tecnócratas.

Hay un común denominador a todas las ultraderechas internacionales: su autorreconocimiento como fundamentalistas religiosos de base bíblica. Se acabaron las viejas guerras de credos en Occidente, hoy están a partir un piñón los ultras católicos con los ultras calvinistas, baptistas, pentecostalistas, presbiterianos, adventistas, mormones, ortodoxos…, y judíos. La financiación llega de Hungría, Rusia, Estados Unidos, México, Brasil, Australia, Israel… El dinero se mueve de un sitio a otro a través de fundaciones dedicadas a la familia o a la nación ─porque Dios piensa en nacional─, coaligando movimientos y políticas. A nadie le sorprende ya que grupos con clara connivencia neonazi, otros con inmediatos e históricos pasados antisemitas sean los mejores apoyos internacionales con los que cuenta el genocida Netanyahu. Es el Biblical Effect, pues al fin y a la postre, comparten la literalidad bíblica y, salvo para el caso de la industria armamentística, promueven el enfrentamiento entre la fe y la ciencia ─a favor de la primera, claro─.

Estos iluminados belicosos conciben la nación como único espacio político para los elegidos, lo que abre inmensas posibilidades para excluir a los que piensan diferente, a los ateos, izquierdistas, a los desviados, minorías étnicas, migrantes, pobres… A los palestinos.

No son buena gente rezando el rosario, se autoconciben guerreros en santa cruzada. Su propósito es acabar con la democracia, y ahí vamos todos. Abascal ya habla de linchamientos.