DIARIO DE BURGOS, 28/11/2018. Contraportada.
Este país nuestro es un lugar de paradojas y
contrastes, de exageraciones y excesos que conducen tanto a fundamentalismos de
salón como a relativismos hueros. Sumemos a ello profundas deficiencias
lingüísticas y culturales, más un marco legislativo desquiciado y ya tenemos el
jaleo.
Constatar el nulo sentido del humor de un
grupúsculo sindical de la policía ante un gag cómico con la bandera puede
resultar opinable, pero también penoso. Que exista la absurda posibilidad de
que denuncien al comediante ¡y se celebre un juicio!, eso sí es espeluznante. Tampoco
es moco de pavo que el denunciante aclare que ellos —se arroga la representación de toda la policía— “trabajan
cada día por esa bandera”. Al garete toda la inversión ministerial para
convencernos de que la policía trabaja para servir y proteger… a los
ciudadanos. Lamentablemente, mucha gente aplaude la iniciativa de este nuevo
manos limpias, haciendo bueno al fanático Jorge de Burgos de El nombre de la rosa que tenía a la risa
por mala, pura perdición. A menor humor, ascenso de la ultraderecha.
Del ámbito de la Justicia, ciega de tantos palos entre los miembros del Tribunal
Supremo, al de la política. El españolito
medio vive en la perplejidad de ver el Congreso de los Diputados convertido en
antro tabernario en el que acontecen sainetes de ocurrencias faltosas, voceos
de beodo donde se espeta una acusación de fascista por un quítame allá esas
pajas. Estiércol y serrín, como muy bien expresó el ministro Borrel al nefando
Rufián. El otro extremo del péndulo. Con razón decía la preclara Manuela
Carmena: "Los discursos de los políticos son simples, infantiles y
teatrales". Donde debe reinar el humor, topamos con la intransigencia;
donde la palabra clara y oratoria firme, la irresponsabilidad y la banalidad.
También el secretario de la Conferencia Episcopal
nos ha dado un susto gordo con sus afanes masculinizadores de la Iglesia en
mitad de la tormenta de los abusos. La palabra justa, en el momento adecuado...
Queriendo esconder costuras, muestran todos los rotos.
Mientras languidecen y se amargan nuestros
cómicos, a lo que debería atender la ministra de transición ecológica es a las
declaraciones de los políticos y no al diésel o la gasolina, eso sí es puro
anhídrido carbónico. Lástima que, en vez de tanto golpe en el pecho, no
atendamos más al quijotesco trabajo de la RAE.