28/10/20

ESTADO DE GUERRA

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 28/10/2020. Contraportada.

 Me llena de estupor el nivel de inconsciencia colectivo que nos rodea, las pataletas absurdas de quienes se niegan a aceptar recortes a sus apetencias y caprichos, la ignorancia voluntaria de los que prefieren echarse al monte como primates vocingleros. ¿Qué no entendemos de “estado de excepción”, de estar en “riesgo extremo”?

Para boicotear al gobierno, algunos son capaces de esgrimir el lenguaje más belicoso posible, incluso con fraseologías predemocráticas. En fin, allá cada cual con sus principios y valores, con sus arrojos vacíos que solo buscan el petardazo de los fuegos de artificio. Su ardor militarista y guerrero es de salón, exhibicionista, lleno de ínfulas momentáneas, pero ajeno a los auténticos valores castrenses: disciplina, sacrificio y entrega. El problema es que a quien boicotean es a la sociedad española.

Lo que estamos viviendo tiene más que ver con un tiempo de guerra que con nuevas normalidades. Abandonemos ya la absurda idea de poder seguir como si nada. Es una situación excepcional. Han muerto más 35.300 personas en España, y va en aumento. Superamos los 1,1 millones de infectados. ¿No son cifras para adoptar una mentalidad de lucha y resistencia, de sacrificio? No me imagino a los ingleses, sometidos al embargo y bombardeo nazi, quejarse a Churchill a ver si abren una hora más los pubs, o que permita ir a los parques de picnic. Estaban en guerra, jugándose la vida, la existencia como sociedad.

Esta es la guerra de nuestro tiempo. Puede que nos suene fatal, pero ¿cómo denominarla si no? Luchamos contra un virus asesino, un virus que se contagia de persona a persona: una irresponsabilidad individual puede ser la condena de otros.

Así lo pidió Winston Churchill, el 13 de mayo de 1940, a través de la BBC: “No puedo ofrecer otra cosa más que sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas. Tenemos ante nosotros una prueba de la especie más dolorosa. Tenemos ante nosotros muchos, muchos meses de lucha y sufrimiento. Se me pregunta: ¿cuál es nuestra política? Respondo que es librar la guerra por tierra, mar y aire. (…) Se me pregunta: ¿cuál es nuestro objetivo? Puedo contestar con una palabra. Es la victoria. La victoria a toda costa, la victoria a pesar de todos los terrores, la victoria, por largo y duro que pueda ser el camino, porque sin victoria no hay supervivencia”. Esto es lo que toca.




14/10/20

DE LO NACIONAL

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 14/10/2020. Contraportada.

 El nacionalismo, un invento moderno que en el siglo XIX se presentó como constructor emocional de la idea de patria, decía superar las divisiones territoriales —los viejos reinos— y de clase con su inclusismo naíf, dado que la nación se reconocía en el pueblo y este era el detentador de la soberanía. Una forma de decir que ahí cabían todos.

La falacia se evidenció pronto: ni el pueblo era el que definía nada —¿qué/quién es el pueblo?, de la resolución de esto se encargó la paternal y rica burguesía— ni los proyectos nacionales eran tan inclusivos. En España, por poner un caso, poco coincidían las ensoñaciones revolucionarias y constitucionalistas sobre el pueblo de los liberales con las del tradicionalismo carlista. Y aún menos cuando hubo auténticas reclamaciones de la voluntad popular a través de su transmutación en campesinado o en proletariado, éstos sí indiscutiblemente pueblo. Los ricos siempre han querido al vulgo dócil; para antigubernamentales, desreguladores, neoliberales, etc., se bastan ellos.

Desde entonces, el nacionalismo ha sido un alpiste para consumo de tontos. En general, ha servido no tanto para definir al extranjero —el supuesto otro—, como al ajeno interior, a los extrañables de la comunidad nacional. En los periodos de guerra, por ejemplo, es más importante definir quién es el buen o malo nacional; o mejor, quién pertenece o no a la nación —ya saben, rojos, judíos, etc.—. La revelación final del nacionalismo es su exclusivismo, su selectividad, su capacidad para expulsar a los disconformes —nacionales— y secuestrar con ello la idea de la nación.

En este debate parece que seguimos. Los patronos de la desregulación económica, de la desprotección social y privatización de lo público han declarado propio al monarca constitucional, a la bandera, al himno y a los triunfos deportivos. Son los libertarios insolidarios, los grandes anarquistas, tal y como los señaló Chesterton, que no liberales por más que quiera Cayetana. Su definición de lo patriótico es, amén de estrecha, de un esencialismo abochornante, tan etéreo que nos vuelve a dar de comer aire. Dada la ausencia de espacio y hospitalidad, la única posibilidad es abandonar una simbología tan restrictiva para adoptar pertenencias inclusivas que pongan los acentos en derechos sociales que, amén de orgullo, confieran calidad a las vidas de los nacionales. O podemos seguir en el siglo XIX.