18/10/22

LUCHAR EL PASADO

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 18/10/2022. Página 5.

Uno de los elementos definitorios de los ultranacionalismos ─los de hoy y los de ayer─ es su obsesión por el pasado. Desde hace unos años, divulgadores de cualificación muy discutible o expertos con fijaciones e intereses poco profesionales, están empeñados en la reescritura de la Historia por cuestiones ajenas a la mejora del conocimiento. Se trata de un revisionismo histórico lleno de apriorismos y emocionalismos, que se plantea “luchar por el pasado”, como si en tal esfuerzo estuviera la solución a la vivencia del ser nacional (hoy).

En un reciente documental, emitido en la televisión y proyectado en nuestra ciudad con notable éxito, España, la primera globalización, al hilo de contar las azarosas expediciones de personajes de la Edad Moderna, se insiste por activa y por pasiva que la relación de España ─debían decir de Castilla o, en todo caso, de la corona española─ con América no fue de colonialismo. El objetivo fundamental de la obra es discutir ─empeño absurdo─ la llamada Leyenda Negra, como si en esto se batiera la aceptación de toda nuestra historia. Los participantes en la película parecen entender que el término “colonialismo” es negativo, que expresa explotación, extorsión, violencia, genocidios…, y nos aclaran que eso lo hicieron los británicos, pero no los españoles. Este burdo ejercicio de justificación histórica por la vía de forzar comparaciones manipuladas, oculta que hay distintos tipos de colonialismos, que corresponden con distintos modelos político-económicos y épocas. Que los representantes de la corona española fundaran ciudades y universidades en América, que hubiera historias asombrosas de descubrimientos y de superación humana no puede ocultar que la época colonial estuvo llena de conflictos, explotación, racismo, violencia y genocidios. Lo que hay que aclarar es cómo fue aquello desde la óptica de su época, de las mentalidades y valores de entonces.

La impecable factura cinematográfica del documental resulta, por el contrario, burda e infantil en su argumento de “lucha por el pasado”, de trasladar un (in)necesario orgullo nacionalista al espectador. Máxime para discutir lo que todo el mundo sabe: que la Leyenda Negra es un totum revolutum de manipulaciones y falsedades, salvo ─como diría Rajoy─ alguna cosa que es verdad.

En estos tiempos de absurdos presentismos históricos, llenos de juicios errados e injustos, incurrir en el mismo error que se denuncia, no parece cosa asaz inteligente. 



 

4/10/22

SUSTRATO

IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 04/10/2023. Página 5. 

Con prontitud nos albriciarán lo rentable que ha sido el Burgos cidiano: movilidades ingentes, espectáculos callejeros a rebosar, gran salida de la mercadería medieval sobretasada, y mucha felicidad en el sector que se forra con la ilusión colectiva: los taberneros.

Comprendiendo el gusto de la gente por la vida ruana, porque colores y sorpresas les alegren la grisura de sus niñas, que algo parecido al sentido de fiesta alerte corazones y bolsillos, lo cidiano, creo yo, merece una vuelta, no por su innegable éxito, sino por su trasfondo.

La historia de la Edad Media, que en verdad es fascinante, transcurrió en unas condiciones de extrema dureza, carestía, hambrunas, inseguridad, enfermedades incurables, violencia constante y cortas expectativas vitales, como cuenta Jacques Le Goff en El nacimiento del purgatorio. Se me dirá que el jaleo cidiano es una inocente celebración de (mínimos) ribetes literarios ─supuestamente, los del Cantar─, lo que haría cualquier licencia aceptable. Claro, pero también es un ejercicio de atemporalidad, de ahistoricidad para imbuirnos en un ambiente de rijosa novelería, donde todo aquel que se disfraza tiende a ser Cid, caballero, alférez, conde, rey, papa, obispo, Jimena, reina, condesa, abadesa…, y no los mil veces más comunes campesinos, pobres, leprosos, putas, giróvagos, artesanos judíos o musulmanes, o, aún más preocupante, ni si quiera rey de taifa o visir. El jaleo cidiano lleva a confundir al héroe de Vivar con Robin de Locksley, ─por supuesto, blanco nuclear y cristianísimo─, otorgando un aire de justiciero imposible a aquel que en buena hora ciñó la espada.

La medievalidad tozudamente recogida en el callejero burgalés, en la simbología urbana, conduce a la simplificación histórica, a la naturalización de los privilegios, al reaccionarismo e inmovilismo social. Bien lo supo el otrora caudillo y otros bastantes antes que él. Las pseudomemorias medievales convierten la vida de nuestras calles en tránsitos de pretensión inalterable, en historicismos de serrín que entienden que han de seguir mandando “los de Burgos de toda la vida” ─incluso cuando su antigüedad no vaya más allá del Polo de desarrollo─.

Falsas juras, falsos solares, falsas relaciones con el héroe… La de Burgos y el Cid, es pura historia ficción, pero no inocente. Bien lo han sabido siempre sus famosos mercaderes, la clerecía y nobleza. Como lo siguen sabiendo los del gremio tabernil y posadero, y sus best friends for ever.