IGNACIO FERNÁNDEZ DE MATA
DIARIO DE BURGOS, 27/05/2020. Contraportada.
El descontrol de glándulas, deyecciones y orines,
la bofetada odorífera, el asalvajamiento del cabello, la suciedad apelmazada…, construyen
distancias sensitivas insalvables, la perfecta deshumanización. O la máxima
revuelta. Cuando eres olvido, lumpen, basura social…, el cuerpo es el último
cartucho.
Al comienzo de la pandemia, aún desajustadas las
costuras del confinamiento, los yonquis, los sin techo y raterillos en bohemia
permanente, acababan maniatados en aceras, jardines y supermercados, rodilla en
omoplato, por las aguerridas fuerzas del orden público o privado… Aquellos
restos de la Cofradía de los Hermanos de la Costa, encabronados, mellados en
alma y boca, antes de su último sometimiento, se giraban y escupían. Expectoraban,
posesos, lo que por unos días creyeron un superpoder… Gritaban, sin el premio
de una piara acogedora, la rabia del impotente, del inadaptado, del vencido social.
Querían aquellas babas asoladas, vueltas un último hechizo: el contagio del
bicho.
Unos días de escándalo biempensante, de leves
excitaciones rederas y las noticias se fueron viejas como las de las
jeringuillas, aguja en ristre, en las playas de los tiempos bíblicos del sida.
Escupir
como venganza, castigar a la inversa que Cristo. Acostumbrados a que cada chute
fuera una ruleta rusa, esputaban encorajinados a quienes, acurrucados, ñoños, temían
un simple estornudo. Vueltos a los tiempos de los ¡Jesús! exorcistas y del laico
¡Salud! Todo un retrato social.
Cuando el esputo es munición, se columbra la
infamia. La historia del esputo es la de la persecución, la del pogromo, la del
sambenito vergonzante, la manifestación del desprecio. Y, sobre todo, la
proyección de los propios demonios.
Hay quienes escupen miseria porque no han conocido
otra cosa: claman su abandono, ríen desvergonzadamente haber librado y ver a
otro perjudicado, por más que sea un hermano.
Y hay quienes salivan su desprecio, su asco a ser confundidos con los de
abajo. Hay gargajos desesperados y otros que llegan desde muy alto, cargados de
ínfulas, de desprecio, de ganas de eugenesia. Escupen de facto y de
pensamiento, que es igual de pecado. Esputan su colorido clasismo, su usura transgeneracional,
escupen su preñez de ensaimada, de peluco fenomenal. Y se limpian, se
envuelven, ya saben con qué trapo.
¡Qué feo esto de escupir!