DIARIO DE BURGOS, 30/10/2019. Contraportada.
Pasados cinco
años ya, siento que me llevo mejor con mi padre. Lo he hecho más mío o yo más
de él, no sé. Lo cierto es que conversamos más y discutimos mucho menos.
Supongo que mi propio envejecimiento nos acerca. También es cierto que escucha
más, no impide ciertos temas ni me interrumpe extemporáneamente como antaño... Templados
los ánimos, hemos llegado al entendimiento de lo que nos une e importa.
Antes, las
audiencias eran en la tienda. Allí, desde su mesa camilla, con maneras de
Corleone, Teodoro impartía doctrina. Ahora hemos roto esa limitación. Me
acompaña en los paseos —le gusta especialmente cuando viene Atticus, mi pequeño
perro que le recuerda a uno que tuvo él de niño—, salimos a tomar unos vinos y
también nos juntamos a ver viejas películas —Tiempos modernos, Gilda
(“ahí, ahí”, clama verdoncho cuando empieza el despipote del guante), Historias
de Filadelfia, Centauros del desierto...—. Desde que he quitado la
hiedra del jardín, disfruta de las aguerridas tomateras y las escasas frutas
que consigo. Le gusta sentarse en silencio y mirar la mezcla de huertecillo y
microvergel que es nuestro refugio. Un vino, el periódico y el perrillo cerca
esperando alguna distracción de lo que asoma en la mesa. Esas son las mejores
tardes veraniegas...
Mira a
Alejandro y se hincha de orgullo. Está ya un palmo por encima de él. Le ve
entrar y salir con la bici camino del gimnasio, erigirse en el dueño del fuego de
la parrilla, hablar con vozarrón gamberro. “Hecho un machote”, afirma. De vez
en cuando le pone el bíceps y le dice “toca, toca. ¡Altos hornos de Vizcaya!”.
Y se sonríe de la admiración del nieto.
Aitana es la
niña de sus ojos, la muñeca que mimaba con pirulís y pastitas. Siente por ella
un amor que nace del que tiene por mi esposa, Yesenia, a la que siempre
presenta como su hija... Mira a la niña con arrobo cada vez que esta le propina
una de sus detalladas explicaciones escolares. “A esta no hay quien le tosa”,
proclama feliz de tanta autoconfianza.
El otro día,
coincidiendo con el aniversario de su muerte, le pregunté: “¿Tú votarías a Vox?”.
Me miró despacio, calmo, casi amoroso. Y sonrió. ”Ponme otro vino, anda. ¡Qué
cosas se te ocurren!”.